LA GANGRENA

Personajes:

José Arrechea (Comerciante salteño)

Gabriel de Montero (Comerciante salteño)

Eustaquio Maurín (Comerciante, primo del primero)

(19 de junio de 1821. Hace dos días que ha muerto Güemes. La acción en la casa de José Arrechea. Comerciante próspero. Al abrirse la luz, se ve a éste junto a Gabriel de Montero, ambos con las copas alzadas)

JOSÉ: ¡Brindemos, compadre!

GABRIEL: Brindemos, pues.

JOSÉ: ¡Brindemos por nosotros!

GABRIEL: ¡Por nosotros!

JOSÉ: Brindemos porque ha muerto quien se transformó en deidad superior a los de su especie, empuñando el cetro más duro de cuántos tuvieron los Calígulas, los Nerones y demás tiranos de la historia. Porque se ha muerto quien desde su colocación en el gobierno, puso todos sus empeños en perpetuarse en él, engañando al populacho, alucinándolo con expresiones dulces sin sustancia, el que lo imitaba en sus modales, fomentando los vicios y deprimiendo la virtud, con los medios que le dictaba su ambición rastrera. Brindemos, compadre, ¡ha muerto Güemes!

GABRIEL: Salud (Ambos beben. Gabriel apenas si se mojará los labios. José toma todo el contenido de su copa. Esta situación se repetirá a lo largo de toda la obra)

JOSÉ: ¡Viva la muerte, carajo!

GABRIEL: Viva. (José vuelve a servir las copas)

JOSÉ: ¡Hombre!, qué poco entusiasmo para tomar… Vamos que es un día de algazara, al fin nos hemos librado del monstruo… del gangoso que nos oprimió en los últimos siete años. Vamos, compadre, ni que sintiera pena por el finado.

GABRIEL: No es pena, compadre, es mi estómago que me tiene mal y no me deja beber como quisiera. Pero comparto casi todo lo que usted dice, y comparto su alegría.

JOSÉ: ¿Casi todo? ¿Cómo casi todo? No va a decirme que ahora le da por sentir compasión por ese tipo. Ese tirano sangriento que nos arruinó, que permitió que los indios, los negros, los mulatos se creyeran los dueños de estas tierras… ¿No se me estará poniendo flojo a estas alturas? ¿Por qué me dice casi… en qué no coincide conmigo?

GABRIEL: Es una forma de decir, compadre. Pero reconozca usted que de no haber sido por él, hace rato que esto hubiera estado en manos de los realistas.

JOSÉ: ¿Y?

GABRIEL: Digo… qué sé yo. En vez de ser libres…

JOSÉ: ¡Pero no joda, Gabriel! Se le ha llenado la cabeza con las mentiras que el gangoso propagaba por ahí. ¡Qué carajo me importa si hay godos o no! Yo la única libertad que defiendo es la que me permita comerciar, llevar mis arreos de mulas al Alto Perú, saber que a mi ganado no se lo roba cualquier cuatrero con uniforme… Si hay españoles o no, ¿en qué nos cambia? La libertad es vender lo que quiero y comprar lo que quiero… ¡Libres!, ¿Libres de qué? Desde que este Güemes se hizo del poder, todo lo que hemos hecho es soportar el peso de sus locuras con nuestro dinero… ¿o no?

GABRIEL: Al menos no tuvimos que poner el cuerpo en la frontera.

JOSÉ: ¡Lo único que faltaba! Que ese desgraciado nos vistiera de Infernales y nos hiciera pelear. (Se ríe. Toma una imaginaria lanza y juega a que cabalga por el espacio) Nosotros peleando al godo, y Güemes gritando (Imita a un gangoso) “A la carga, mis gauchos infernales”. No me haga reír, Gabriel… Venga, hombre… ¡Brindemos porque la tiranía ha caído!

GABRIEL: ¡Salud! Ahora, compadre, ¿usted ha estado cerca de Güemes alguna vez?

JOSÉ: ¿Por qué pregunta?

GABRIEL: Como lo llama gangoso con tanta seguridad… A decir verdad, nunca lo escuché. Sé que todos lo llaman así… Al decir todos, hablo de nuestras relaciones, claro. ¿Lo escuchó, compadre José?

JOSÉ: No sé, creo que no. Que una vez lo vi de lejos… Iba a caballo al frente de sus harapientos gauchos. Cerca de la casa de gobierno. Pero el barbudo me daba un poco de… temor. Me hacía la idea de que si me veía con estas ropas, él o sus malandras me querrían robar. Así que me alejé.

GABRIEL: Así que no sabe si realmente era gangoso.

JOSÉ: Todo el mundo lo decía, mi amigo… Usted ya sabe, que cuando el río suena… (Vuelve a imitar a un gangoso, cabalgando por la escena) “A la carga, a la carga, mis gauchos infernales. Miren… allí hay un godo… (Juega a que ataca a de Montero) Mátenlo, mátenlo” ¡Brindemos, compadre! ¡Bien haiga la gangosidad! (Se ríe)

GABRIEL: ¡Salud!

JOSÉ: Seamos justos. No me importa ni mierda que haya sido gangoso. Ni me importa que haya sido siempre un cobarde…

GABRIEL: ¿Un cobarde?

JOSÉ: Compadre, ¿dónde vive usted? ¿No sabe a acaso que el famoso padre de los salteños, nunca combatió?

GABRIEL: ¿En serio me lo dice?

JOSÉ: Pero, claro, hombre. Parece que el maula tenía una depravación de los humores corporales. La sangre no le paraba, dicen. Es decir, usted vio compadre que cuando uno se corta o se lastima, al ratito nomás se le hace una costrita oscura en la herida y no sale más… Bueno, como este hombre era depravado en todos lados, a él no se le hacía costra.

GABRIEL: De no creer.

JOSÉ: Y así fue, imagínese que se murió por un simple balazo, ¿sabe dónde, no?

GABRIEL: Ni la menor idea.

JOSÉ: (Lo que va a decir le produce mucha gracia, tanta que le cuesta articular, y se ayuda con otro trago) En el culo, pues. A Güemes lo mató un tiro en el culo. O sea, ¡cagó fuego, compadre! ¡Brindo por la bala que dio en el culo del tirano!

GABRIEL: Salud.

JOSÉ: (Imitando a un gangoso) Me dieron un tiro en el culo, me dieron un tiro en el culo. Oiga, compadre, lo noto como amoscado. ¿Le molesta algo de lo que le estoy diciendo?

GABRIEL: No, hombre, no. Es mi estómago.

JOSÉ: ¿Seguro?

GABRIEL: Seguro.

JOSÉ: ¿No será que está asustado, no?

GABRIEL: ¿Qué dice, hombre?

JOSÉ: Nos quedamos sin el papito. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿No estará pensando eso, verdad?

GABRIEL: No, compadre. ¿Cómo se le ocurre?

JOSÉ. A no ser que sea usted uno de esos tibios que medran por ahí.

GABRIEL: ¿Tibio, yo? ¿Qué le pasa? ¿No le estará pegando mal la bebida a usted?

JOSÉ: (Riendo) Caramba, caramba, he hecho enfadar a don Gabriel de Montero. Tranquilo, compadre, que es parte del festejo. Me mofo un poco de usted, nada más. Pero si he de decirle la verdad, nada me irrita más que los tibios. No son tiempos para timoratos, compadre. O se está de un lado, o se está del otro. O con la runfla de indios, esclavos y mulatos que se creían los dueños de la tierra, o con la gente bien, la gente que como nosotros es en verdad la dueña de las cosas. Pero, hala, eso se acabó. Nuevos y buenos tiempos corren para Salta y las personas decentes. El tirano murió, el tirano cagó fuego. ¡Brindo por eso!

GABRIEL: Salud… (Pausa) ¿Y su mujer?

JOSÉ: De compras, hombre, de compras. Hoy festejaremos esta gran noticia como Dios manda. Comeremos y beberemos hasta reventar. Alegría, don Gabriel, alegría, ¡somos libres! ¡Salud!

GABRIEL: ¡Salud!

JOSÉ: Hablando de mujeres, ¿qué hay de la suya?

GABRIEL: En sus labores, compadre. Mucho menester en la casa. Yo he salido solo por un rato, aprovechando el buen día para saludar a amigos.

JOSÉ: Muy bien hecho, compadre. Y dese por seguro que más tiempo tendremos para hacer jolgorio y disfrutar la vida ahora que no tendremos que soportar el yugo del tirano sobre nuestros cuellos.

GABRIEL: ¿Tan seguro está de que la cosa cambiará para mejor?

JOSÉ: Como de que me llamo José Arrechea, compadre. ¿Usted no comprende que sin el maldito Güemes creyéndose el dueño de todo y quedándose con lo que por ley nos pertenece para financiar a su pandilla de gauchos, podremos volver a solazarnos en la prosperidad? ¿No entiende que se acabaron las apropiaciones de mercancía y mulas y ganado? ¿No entiende que volveremos a comerciar con el Alto Perú, que volverá a circular la plata del Potosí?

GABRIEL: Usted lo simplifica mucho, creo. La cosa no ha de ser tan sencilla.

JOSÉ: Joder, si no lo conociera como lo conozco creería que usted o bien está realmente atemorizado o bien, en el fondo, no le disgustaba el gangoso.

GABRIEL: Vamos, compadre, deje ya sus bromas que no las entiendo. ¡Las cosas que dice!

JOSÉ: ¿Miedo o admiración? ¿Cuál de las dos, compadre? Elija.

GABRIEL: (Imitando) ¿Miedo o admiración? Si no lo conociera, diría que me lo dice en serio.

JOSÉ: No bromeo, Gabriel. Eso fue en serio. (Gabriel queda azorado. Ambos se miden. Gabriel vuelve a llenar la copa de José y trata de salir de la situación)

GABRIEL: ¡Qué José, este! ¡No puede con su genio! Brindemos por su alegría y su sentido del humor. (José toma la copa sin inmutarse y con la mirada fija en Gabriel que parece perturbado y dubitativo. De pronto, José estalla en una carcajada y abraza a Gabriel)

JOSÉ: Caramba, mi amigo. Hasta pálido se ha puesto. No se asuste, hombre, no se asuste. Cada cual lleva puesta el alma como le da el cuero. Hay quien nace temeroso, y habemos quienes no. Usted no ha nacido para las cosas de la política, ni las de la guerra. Usted es un comerciante, y de los buenos. Y lo respeto y lo quiero por eso. ¡Salud!

GABRIEL: ¡Salud! Y usted, compadre ¿sí nació para las otras cosas?

JOSÉ: ¡Aquí me ve, Gabriel, de cuerpo entero! ¡Y tan feliz! Saque usted de eso sus propias respuestas.

GABRIEL: No lo entiendo, ¿qué me quiere decir? (Cuando José, está por contestar, suenan unos golpes afuera. Alguien llama a la puerta de la casa de José)

JOSÉ: ¿Quién será a estas horas y en este día? Disculpe, compadre, ya vengo. Voy a atender. (José sale. Gabriel queda unos momentos solo en escena. La vista fija en la copa. Casi no ha bebido. Fuera de escena se escuchan gritos de alegría y sorpresa. Gabriel dirige la mirada hacia la puerta. Por allí reingresa José, abrazando a Eustaquio) Alegría tras alegría en este día. Y mire usted, hasta rimo mis palabras. ¡Pero qué gusto, primo, años que no lo veía!

EUSTAQUIO: Sabía que se pondría contento de verme, primo. Y tanto tiempo sin pisar su casa, y sin pisar Salta.

JOSÉ: Pase, hombre, pase. Aquí estamos de brindis con el amigo… se lo presento: don Gabriel de Montero, un notable comerciante salteño, mi queridísimo primo, Eustaquio Maurín…

EUSTAQUIO: Colega, pues, soy comerciante. Solo que ahora de Santiago del Estero. Encantado.

GABRIEL: Encantado, señor. Un placer. (José le sirve una copa, se sirve y le completa el faltante a Gabriel)

EUSTAQUIO: ¿Y qué festejan, si puedo saberlo?

JOSÉ: ¡Siempre el mismo, primo, siempre el mismo! Candoroso y con un humor de esos que ya no quedan. ¡Salud!

EUSTAQUIO Y GABRIEL: ¡Salud! (Eustaquio bebe al igual que su primo)

JOSÉ: Pero cuénteme, Eustaquio, tantos años sin verlo. ¿Qué ha sido de su vida?

EUSTAQUIO: Cinco años que me fui, primo. Me fui con Moldes en el 16, para el congreso que se hacía en Tucumán, ¿lo recuerda?

JOSÉ: Cierto, es verdad. Usted andaba con la gente de Moldes entonces. Se me había olvidado por completo. Cuente, cuente.

EUSTAQUIO: Estuve muy poco tiempo en Tucumán. Sabrá que Moldes no pudo entrar a ese congreso y se volvió para Salta, pero yo no tenía ganas de regresar para estos pagos. Me gustó Tucumán.

JOSÉ: ¿Alguna moza tal vez?

EUSTAQUIO: ¡Cómo me conoce, José! Ciertamente, una moza espléndida de la que quedé prendado. Estuve un tiempo en esa tierra. Pero la cosa no estaba fácil, allí estaba Belgrano y su ejército, y había mucho miedo, mucha tristeza, mucha derrota…y Aráoz. El gobernador de Tucumán. No me cae bien ese hombre. Bueno, el caso es que como los vientos no eran buenos para hacer gran cosa, nos fuimos con la moza de marras para Santiago del Estero. No le diré que es todo prosperidad allí, pero al menos Felipe Ibarra es otro cantar. Tengo mi negocio de compra venta de cueros, me ocupo un poco de la sal, en fin, me va bien. No me puedo quejar.

JOSÉ: (Los efectos del alcohol comienzan a notarse) Brindo por mi primo que hace lo que debe hacer. ¡Salud!

EUSTAQUIO Y GABRIEL: ¡Salud!

GABRIEL: ¿Y qué le ha dado por volver al pago, justo en estos tiempos?

EUSTAQUIO: Tenía que traer una partida de cueros curtidos, en vez de mandar a la gente que lo hace siempre, aproveché para traerlos yo, y acallar un poco las voces de la nostalgia.

JOSÉ: ¿Y trajo a la moza, pues?

EUSTAQUIO: No. Se quedó en Santiago. Alguien debía quedarse a atender la tienda.

JOSÉ: Pues entonces, ¡brindo por su picardía! La mujer lejos y ojos que no ven, corazón que no siente, es como si no tuviese mujer, primo. ¡Salud!

EUSTAQUIO: No me contó aún el motivo de tanto brindis y tanta alegría, José. ¿Alguna gran venta, quizás?

JOSÉ: Mucho mejor que eso. Cien veces mejor que eso, porque gracias a lo sucedido vendrán infinidad de grandes negocios y volverá a correr el metálico.

EUSTAQUIO: ¿Se terminó la guerra entonces?

JOSÉ: Es como eso y aún mejor. Ha muerto el tirano, ha muerto el monstruo sanguinario, ha muerto la mano perversa que nos oprimía. Ha muerto Güemes. Brinden, compadres, que se haga oír esta alegría por toda Salta, y que llegue hasta Jujuy. ¡Viva la muerte, carajo! (Eustaquio lo mira sin alzar la copa) ¿Qué pasa, primo? ¿Tanta es su sorpresa que no se lleva el vaso a la boca? Se ha muerto el gangoso, ¿entiende?

EUSTAQUIO: No me gusta lo que dice.

JOSÉ: Perdóneme. No quise ofenderlo. A veces me olvido de lo que usted sufrió de chango. (A Gabriel) Él no es como nosotros, no tiene pura su sangre española. Es un mestizo, ¿me entiende? Su padre, hermano de mi madre por si quiere saberlo, se aquerenció con una chola. Una colla… Una india… Y fue mucho lo que mi querido primo debió soportar en su niñez por ser eso… un mestizo. Por eso le ofende que recuerde el defecto, uno de ellos, del tirano. ¡Porque le recuerda su defecto! ¿Es eso, no?

EUSTAQUIO: Ser mestizo no es un defecto. Que le quede claro, primo. No me gusta otra cosa. No me gusta que usted esté feliz y brinde por la muerte de alguien.

JOSÉ: No es por la muerte de “alguien”. Es por la muerte de Güemes. Un cacique menos, primo. Un tirano que ya no está. Salud (Toma. Eustaquio solo lo mira. Gabriel amaga con mojarse los labios)

EUSTAQUIO: ¿Y por qué dice con tanta seguridad que Güemes era un tirano?

JOSÉ: Porque lo era.

EUSTAQUIO: Ese no es un argumento, primo. Solo algo que usted dice.

JOSÉ: ¿Usted tiene idea de cuantas casas habrá en Salta en que están haciendo lo mismo que nosotros, festejando? No, qué idea va a tener si usted no ha estado acá. Por eso se pone así. Porque no sabe.

EUSTAQUIO: ¿Y qué debería saber? Cuando me fui hacían un par de años que Güemes era gobernador. Un tipo joven, no tenía ni 30 años cuando se hizo cargo. La gente lo quería.

JOSÉ: No diga bobadas, primo. No repita cosas que no sabe. ¿Usted tiene idea quien era el tal Güemes?

EUSTAQUIO: Se habla muy bien de él en Santiago, José.

JOSÉ: Porque no saben. Y porque solo repiten como loros lo que los propios malandras de Güemes propagan. ¿Sabe lo que hizo? Usurpó al poder. Obligó por medio de sus negros, sus indios vestidos de uniforme, al cabildo a que lo nombraran gobernador. Allí dentro estaba su propio hermano argumentando en su favor, y él afuera presionando con sus gauchos. ¿Eso está bien?

EUSTAQUIO: No veo mal alguno en tal cosa en los tiempos que corren.

JOSÉ: No sé quien ni cómo le dio tal poder. Pero la cosa que el tipo es un cobarde que ni siquiera entra en batalla…

EUSTAQUIO: Ahí me parece que exagera, primo.

JOSÉ: Así mismo como le digo, es. El no podía pelear, porque tenía una depravación de los humores y en donde lo cortaban, por ahicito mismo se le iba la vida a borbotones, con la sangre. Así se murió, de un tiro, un solo tiro en el culo. Pero la cosa es que este forajido, y vea qué cosa, hijo de buena familia, su padre era el tesorero de la Real Hacienda, este matrero se ganó a todos los caciquejos que andaban por ahí. Los hizo tropa, les puso uniforme, los llamó los Infernales… Vaya con la desgracia de ser supuestamente cuidados por gente inferior, gente sin linaje ni moral, esclavos liberados, collas mugrientos, bandidos comprobados, dándose aires y protegidos de cualquier ley por los fueros militares que el barbudo inventó para ellos.

EUSTAQUIO: Pero paró a los godos, por lo que sé.

JOSÉ: Porque el hijoeputa debería tener trato con mandiga. Ni de la Serna, ni Pezuela, hombres avezados, estudiosos de las artes de la guerra pudieron con estos maulas que los peleaban de a poco y de sorpresa, sin dar la cara nunca. ¿Sabe qué hacían? Usaban los cueros a los costados de los caballos para que hicieran más ruido contra las plantas al galopar y que parecieran que venían más. Nunca uso más de 300 hombres.

EUSTAQUIO: Pero hasta ahí todo es admirable, primo.

JOSÉ: ¡Admirable, una mierda! A ver si me entiende, primo, y se deja de patrañas. El tipo paraba a los españoles, es cierto. Pero esa le daba más poder. Se creía con derecho a rapiñar nuestras haciendas, a hacerse de nuestras mulas. ¡Prohibió el comercio con el Alto Perú, nuestra principal fuente de recursos! Cada vez que se sabía que venían los españoles, allí estaba exigiendo nuestro dinero…

EUSTAQUIO: ¿Y a quién si no?

JOSÉ: ¿Usted me está jodiendo, primo? ¿Por qué nosotros, simples comerciantes, debíamos sostener una guerra que al fin nos perjudicaba?

EUSTAQUIO: Porque eran los que podían, y por la patria, ¿no le parece?

JOSÉ: ¿Cuál mierda de patria es esa? Yo no conozco ninguna, amigo. Era más patria cuando sabíamos que en España teníamos alguien que pensaba por nosotros. No habrá patria nunca en estas benditas tierras. Los americanos son flojos, indolentes, mucha sangre de indio salvaje ha mancillado la pureza y la inteligencia de nuestra madre Europa como para que aquí florezca algo. Por eso, mi patria es mi casa, mi dinero. ¿Qué me importan las tonterías de esos liberales afrancesados que hicieron la revolución en Buenos Aires? Que hagan ellos su patria de ese puerto y dejen libre las manos nuestras para hacer lo que mejor sabemos. Güemes era un porteño, por más que haya nacido en Salta, primo. Un ser corrompido de poder que arreglaba con cada caudillejo fomentando sus vicios para que este le respondiera y luego sus hombres. Así construyó el poder, pensando perversidades todo el día.

EUSTAQUIO: Sin Güemes los godos se hubiesen apoderado de todo…

JOSÉ: ¿Y a mi qué? Hemos pasado años de hambre, de privaciones. Si hasta tuvo el desatino de emitir su propia moneda. Se las hacía hacer a los plateros locales, unas piezas diminutas, sin valor, con las que pretendía pagarnos. La moneda de Güemes la llamaban.

GABRIEL: Bueno, José, pero gracias a eso logró que Buenos Aires se acordara de Salta y recuperará esas monedas con dinero contante y sonante, fue una buena jugada, no lo niegue.

JOSÉ: Política, política y más política. No se confundan, amigos. Güemes no era un militar, era un político astuto y malvado que no dudaba en meterse en el mas maloliente barro para tejer sus enjuagues y conseguir sus objetivos. ¡Cuánta razón tenía Belgrano al mandarlo castigado a Buenos Aires! El sabía lo que el gangoso tramaba y encima, tener que soportar que saltara de cama en cama de las mujeres decentes.

EUSTAQUIO: Tan decentes no serían, entonces.

GABRIEL: José, no se ciegue. A Belgrano le llenaron la cabeza. Escuchó lo que decían de Güemes y ni oportunidad le dio de defenderse. Lo mandó a Buenos Aires porque le llenaron la cabeza. Si después el propio Belgrano le pidió disculpas y bien que han sido amigos desde entonces. ¿Qué es de la vida de Belgrano en tanto?

EUSTAQUIO: No lo sé. Hace tiempo que no sé nada de él.

JOSÉ: No me cambien el tema, no me cambien el tema. A ver, ¿habrán de negarme que Rondeau lo odiaba a Güemes?

GABRIEL: Porque quiso desarmar a los Infernales y sumarlos como número al ejército del norte.

JOSÉ: Oiga, compadre, no se me pase de la raya. Rondeau lo odiaba a Güemes porque sabía de su depravación moral, porque se insubordinó, porque no cumplió las órdenes de un general. ¿Le parece poco? Pero todo eso le podríamos perdonar a este sinvergüenza, todo. Lo que es imperdonable es haber querido igualar a toda la chusma con la gente decente.

EUSTAQUIO: ¿Por qué dice eso?

JOSÉ: O ustedes me toman el pelo, o yo no me hago entender. En qué cabeza cabe, pregunto, que un negro, un esclavo casi, un indio, toda esa lacra tengo los mismos derechos que yo… Voy a hacer claro. ¡Nos sacaba la tierra a nosotros para dárselas a ellos!

EUSTAQUIO: En todo caso, se las devolvía. Ellos estaban antes.

JOSÉ: Pues entonces se las hubiese dado a las llamas y a los guanacos que tambien estaban de antes y son tan animales como esos indios.

EUSTAQUIO: Primo, pero si hay tierra de sobra, ¿por qué no repartirla, qué mal hay en eso?

JOSÉ: No sea tonto, Eustaquio. Así es la ley natural, el más fuerte es el dueño de las cosas y la ley natural es justa, cuánto más ricos seamos nuestra propia riqueza se derramará sobre la plebe y seremos todos felices. Así es desde que el mundo es mundo y no tiene por qué cambiar.

EUSTAQUIO: ¿Diría lo mismo si hubiese nacido pobre?

JOSÉ: Claro que no. ¿Pero sabe por qué? Porque los pobres no piensan, no tienen entendederas. Solo siguen al más fuerte, eso hizo este ladino. Hacerles creer que eran iguales, hablándoles con su sibilina voz de gangoso, imitando sus modos, dejándose la barba como ellos, haciéndose llamar Padrecito, regalándoles dinero, tierras y animales. Permitiendo que esa chusma se hiciera de nuestras cosas, tocara a nuestras mujeres. La gente decente clamaba por las calles, decíamos: Queremos que se vaya, queremos que alguien lo mate. Y tuvo lo que buscó. Lástima que no fue antes, lástima que Panana se cagó en los pantalones cuando tuvo la oportunidad.

EUSTAQUIO: ¿Quién es Panana?

JOSÉ: Un negro de mierda, un cobarde…

GABRIEL: Panana era un esclavo liberto, al que por su valentía en batalla Güemes fue ascendiendo hasta convertirlo en capitán de los Infernales. Algo hizo que Güemes lo separará de su cargo en el 17 y lo mandara preso a Buenos Aires. De allá volvió y dicen que con la ayuda de los hermanos Moldes llegó a estar frente a frente con Güemes, pero que este lo desarmó. No lo mató, solo lo desterró.

JOSÉ: Un negro cagón, es lo que digo.

EUSTAQUIO: ¿Los Moldes contra Güemes? No me lo hubiera imaginado.

JOSÉ: El barbudo estaba contra todos, no confiaba en nadie. Nadie lo quería, primo, esa es la cosa, y por eso festejo.

EUSTAQUIO: ¿Y cómo es que lo han matado?

JOSÉ: Lo agarró un marido en casa de su amante, hace unos 15 días, le pegó un tiro y por su sangre impura, que no le cicatrizaba, se murió. ¡Brindo por eso!

GABRIEL: No es lo que yo escuché.

JOSÉ: ¿No, compadre? ¿Qué escuchó usted?

GABRIEL: Que no estaba con una amante, compadre. Estaba en la casa de su hermana Macacha y sintió tiros, y pasos de tropas. Que los esperaban dos partidas del Barbarucho Valdés. Que fue una emboscada preparada por gente de acá de Salta, en acuerdo con los godos, que escapó a galope de la primera fila de tiradores, pero que de la segunda salió el tiro que lo hirió y le costó la vida.

JOSÉ: Como sea, bien muerto está. Y bien mucho que lo intentamos, ya creía uno que este hombre era inmortal o algo así.

EUSTAQUIO: ¿Qué quiere decir, usted primo, con eso de que “lo intentamos”? ¿Usted participó en su asesinato?

JOSÉ: Ajusticiamiento, no asesinato. Es una forma de decir. ¿Sabe las veces que quisimos sacarlo de su sillón de gobernador? La gente bien, la elite salteña nos organizamos muchas, muchísimas veces para derrocarlo, y de alguna forma u otra el gangoso se salvaba. El 24 de mayo la chusma pareció entender que las cosas debían seguir su orden natural y lo depusimos estando él fuera de Salta. Y mire usted, primo, si esto no es de no creer, el 31 el barbudo vuelve. Estaban todos esperándolo para arrojarlo fuera de acá, entra a caballo casi solo, sus gauchos lo rodean, les habla y ¡vuelven con él! El muy ladino sale capitaneando a esa ralea y todo como si nada hubiese sucedido… ¿Qué cosas les habrá prometido, qué cosas que ninguna mente sana puede imaginar, les habrá dicho para que quienes hasta hacía un momento estaban contra él, volvieran a responderle?

EUSTAQUIO: Quizás solo era que lo respetaban.

JOSÉ: No me haga reír, primo. Esa gentuza solo se mueve por interés. Si no obtienen algo a cambio no se mueven.

EUSTAQUIO: ¡Qué peyorativo está usted hoy, José!

JOSÉ: Yo digo la verdad, ahora que se puede. Tantos años de silencio y de opresión, años en donde era difícil saber en quién confiar. Las paredes tenían oído. Cualquier peón, la servidumbre toda si oían algo en contra de ese hombre se lo contaban a alguien y ese alguien lo hacía llegar a sus oídos. El malvado Güemes tenía ojos y orejas en cada lugar, primo. Por eso anticipaba las invasiones, por eso descubría cada intento de destituirlo. Gangoso de mierda.

EUSTAQUIO: Usted sepa disculpar, primo. Primero he de decirle que no es posible que fuera gangoso. ¿Cómo habría hecho carrera militar si lo fuese? ¿Qué respeto le habrían tenido sus hombres? Yo sé. Soy un hombre que viene de lejos y que hace mucho que no vive en las cosas del lugar. Pero yo vi al pobrerío triste, yo vi al gauchaje lleno de dolor, yo he visto lágrimas en los ojos de baqueanos curtidos y de jóvenes bravíos, y se me hace que el dolor no se gana solo con intercambio de favores. Ese dolor solo puede venir desde el respeto, desde la admiración.

JOSÉ: Como usted bien dice, ¡qué carajo puede saber, si no vivía acá!

EUSTAQUIO: No se ponga así. Solo trato de ser justo. Además, José, ese dolor es pertenencia tambien. Ellos se sienten parte de algo, primo, de ese algo mucho más grande que cualquiera de nosotros, que se llama patria, y que nos perdurará.

JOSÉ: ¡Me cago en su patria, primo! ¿Cuál vendría a ser? ¿Salta? ¿Buenos Aires? ¿El virreinato? ¿De qué patria me habla en estas colonias de cuarta categoría? Hábleme de España que tiene historia, hábleme de la Europa toda que tiene cultura, pero cómo podría hablar de patria en estos andurriales del infierno, con salvajes sin cerebro que anduvieron en pelotas hasta que llegó el progreso. No me joda con ese invento. Nunca habrá patria en la América.

EUSTAQUIO: En pelotas, pero libres. No, primo, usted se confunde. No habrá patria mientras la gente como usted privilegie su individualidad. Mientras no acepte que hay otro que tiene sus mismos derechos y necesidades…

JOSÉ: ¿Un indio los mismos derechos que yo? ¿Un negro las mismas necesidades? ¿Qué dice? Además, si acaba de enterarse de la muerte del gangoso por mi boca, ¿cómo sabía lo de la tristeza de la plebe?

EUSTAQUIO: Nunca dije que no sabía de la muerte de Güemes, solo me sorprendió verlos festejando. No de vueltas mis palabras.

JOSÉ: Mestizo tenía que ser.

EUSTAQUIO: ¿Cómo dijo?

JOSÉ: Lo que oyó.

EUSTAQUIO: Repítalo, si se atreve.

GABRIEL: Señores, calma por favor. Tranquilicémonos.

JOSÉ: Mestizo. Mestizo, mestizo, mestizo… ¡Mestizo de mierda!

EUSTAQUIO: ¡No se lo voy a permitir!

JOSÉ: ¡Eso y mucho más me va a permitir usted! Usted es una desgracia, una afrenta, una mácula para el honor de los Arrechea.

EUSTAQUIO: Pero cállese, infame, miserable… ¿Sabe lo que pasa? Usted debe odiar a Güemes porque seguro que a su mujer le gustaba, ¡cornudo!

GABRIEL: ¡Por favor, caballeros! ¡No dejen que el alcohol hable por ustedes!

JOSÉ: ¡Fuera de mi casa, basura! ¡Fuera!

EUSTAQUIO: ¡Maldigo la hora en que se me ocurrió pasar a verlo! ¡Mercachifle!

(Ambos amenazan tomarse a golpes de puños. Gabriel se ha interpuesto entre ambos. José se desprende. Busca algo. Es un cuchillo. Lo esconde)

JOSÉ: Y pensándolo bien…¡Venga para acá! ¡Venga, primo, venga! ¿Qué pruebas tengo yo de que usted ha estado en dónde dice? ¿Qué pruebas de que vive en Santiago y tiene mujer? ¿Cómo sé yo que no es un informante del maula de Güemes? (Eustaquio lo mira sorprendido)

EUSTAQUIO: ¿Qué dice?

GABRIEL: Cálmese, José. Tranquilo, compadre.

JOSÉ: No me calmo un carajo. Cinco años sin verlo, cinco años sin saber nada de él. ¡Y aparece justo ahora! Le echaron agua a la cueva y se escapan todos los peludos.

EUSTAQUIO: ¡No sea idiota, quiere! No soy hombre de Güemes. Aunque viéndolo a usted, ojalá haberlo sido. Yo soy hombre de Felipe Ibarra, soy hombre de la tierra toda, soy hombre de la causa americana.

JOSÉ: Venga acá, primo, no le creo nada. Usted es un mestizo, es de la casta infame que rodeaba al tirano. Ahora lo veo todo claro. Como se murió el perro, las pulgas buscan otro cuerpo para aquerenciarse. ¡A eso vino! ¡A congraciarse! ¡A que le de amparo!

GABRIEL: ¡Señores, por favor! ¡Comportémonos!

EUSTAQUIO: Prefiero la intemperie a su casa. Prefiero el hambre a su comida. Prefiero la cárcel a su morada. ¡Olvídese de que soy su familia! ¡Usted para mí está muerto! Discúlpeme señor, con usted no es el asunto. ¡Me voy!

JOSÉ: ¿Adónde va? (Ha saltado sobre él y pone el cuchillo en su garganta) ¿Adónde carajo cree que va?

EUSTAQUIO: Máteme, si es hombre, hunda el cuchillo si tiene agallas.

GABRIEL: ¡Deténganse! ¿Qué están haciendo?

JOSÉ: ¿Así que piensa que no tengo las agallas? ¿Sabe qué? Pregúntele a Güemes, si no las tengo.

EUSTAQUIO: ¿Qué dice? ¡Suélteme, mierda!

JOSÉ: Lo que oye, primito, lo que oye. Lo organizamos con un grupo de gente bien. El Barbarucho nos dio cinco mil pesos para preparar todo. Mariano Benítez, otro comerciante como nosotros fue el enlace. Nosotros preparamos la emboscada. Lo seguimos a la casa de Macacha, hicimos sonar los disparos. El imbécil creyó que era otro ataque de los godos. ¡Y lo era! ¡Mierda si lo era! Pero era un ataque por la libertad. ¿Si pude matar a Güemes, se cree que no tengo pelotas para matar a un mestizo?

EUSTAQUIO: ¡Hágalo! Es preferible morir a ser familia de un traidor.

JOSÉ: A ver… veamos. ¿Será roja la sangre que se mezcla con la de un indio? ¿Olerá a mierda? ¿Tendrá sangre? (Dice todo esto pero sin denotar que va a matarlo realmente. Está claro que está envalentonado por el alcohol y su posición dominante. Aprovechando la quietud, Gabriel le quita el cuchillo. No lo deja en ningún lugar. Queda en su mano. Eustaquio se suelta y se aleja de José, masajeándose el cuello. José a Gabriel) Pucha, compadre. Me viene a arruinar la diversión.

EUSTAQUIO: ¿Usted tambien, señor?

GABRIEL: ¿Yo qué?

EUSTAQUIO: ¿Usted tambien entregó a Güemes a los maturrangos?

GABRIEL: No, no. Yo no he tenido nada que ver.

JOSÉ: ¿Gabriel de Montero animándose a hacer algo? No me haga reír, Eustaquio. El compadre Gabriel es un tibio, y los tibios solo están allí, en las sombras, esperando que todo aclare para sacar la mejor tajada.

GABRIEL: Yo…

JOSÉ: ¡Váyase, pariente! ¡No quiero verlo más por mi casa! ¡Váyase de aquí, váyase de Salta, vuelva a Santiago si es que de allí viene! No hay más lugar en esta tierra para gente de su calaña.

EUSTAQUIO: ¡Algún día las pagará! ¡Acuérdese de lo que le digo!

JOSÉ: No ha comenzado a soplar el viento que pueda despeinarme, mestizo. ¡Fuera de mi vista! ¡A volar!

EUSTAQUIO: Si no lo despeina el viento, lo va a despeinar la historia. (Se va. José se queda mirando hacia la puerta. Ríe. Se vuelve. Se sirve una nueva copa. Gabriel lo mira. El cuchillo sigue en su mano)

JOSÉ: ¡Joder con el mestizo de mierda! ¿Lo vio irse? Pues se ha marchado hacia las tierras de los olvidados. Tal cual Güemes. Acuérdese de lo que le digo, el barbudo desaparecerá de la historia, será como si no hubiese existido. Hala…Por los mestizos, ¡salud!

GABRIEL: Por estar a vuestro lado me odian los decentes; por sacarles cuatro reales para que ustedes defiendan su propia libertad dando la vida por la Patria. Y los odian a ustedes, porque, los ven resueltos a no ser más humillados y esclavizados por ellos. Todos somos libres, tenemos iguales derechos, como hijos de la misma Patria que hemos arrancado del yugo español. ¡Soldados de la Patria, ha llegado el momento de que sean libres y de que caigan para siempre vuestros opresores!

JOSÉ: ¿Qué dice, compadre?

GABRIEL: Eso le dijo Martín Miguel de Güemes a sus tropas el 31 de mayo, cuando lo rodearon, con esas simples palabras les recordó quiénes eran, de dónde venían y hacia dónde iban.

JOSÉ: ¿Cómo?

GABRIEL: Y una cosa más…No era gangoso. (José lo mira sin comprender. Se observan por un segundo. Luego, sin duda ni vacilación, Gabriel le clava el puñal en el estómago. José cae, su cara es una mueca de sorpresa y dolor)

JOSÉ: ¿Usted?

GABRIEL: Si, hombre, yo. El tibio, el medroso, el timorato Gabriel de Montero. Soy hombre de Güemes, desde siempre. Soy uno de los oídos del Padrecito de Salta. Pero tambien soy un combatiente. Claro que sí. Teniente de la Primera Compañía de la División Infernal de Gauchos de Línea, para lo que guste mandar.

JOSÉ: ¿Qué me hizo, compadre?

GABRIEL: Justicia, compadre, justicia. Eso es todo lo que he hecho. Y le voy a explicar. Supimos de la conjura, supimos de la entrega. Benítez se nos escapó. Sospechábamos de usted entre otros tantos, y usted, señor, acaba de confesar. Justicia sumaria. La que no le han dado al pueblo. Porque ¿sabe, compadre? Hay tanto dolor y rabia en el pobrerío, ustedes le sacaron por su gula y su egoísmo, al hombre que les daba la esperanza, al que los guiaba por el camino. Mataron a un patriota, compadre, y eso se paga con la vida. Yo estuve cerca del general en sus diez días de agonía. Ninguna depravación afectaba a sus humores corporales, compadre. Él tenía más sangre que cualquiera de nosotros, pero no hay cuerpo que pueda sangrar diez días sin parar. Diez días de dolor y en plena conciencia. Lo mató la gangrena, José. La gangrena de su cuerpo y la gangrena de sus mugrientas clases pudientes. ¿Sabe compadre? Güemes no solo le hizo frente a los maturrangos y los venció cuantas veces lo intentaron… No fue solo eso, no… Güemes se tuvo que enfrentar al poder económico, a los perros con collar que solo sirven a sus intereses, a los que se arrodillan serviles ante el amo extranjero, a los que justifican todo por el lucro. La escoria que nos impide ser una patria que se extienda por toda la América, amanuenses de imperios ajenos, lacra que pulula de Buenos Aires a Caracas, de Chuquisaca a Lima…

JOSÉ: Duele, compadre, duele… ¡Me estoy muriendo, carajo! ¡Haga algo! ¡No me deje solo, compadre!

GABRIEL: Hay que cortar donde haya gangrena dijo el doctor. Pero el tiro le había dado en el último huesito del espinazo. No había nada que cortar, ¿me entiende? ¿Se imagina el dolor? ¿El físico y el otro? ¿El de saber que la vida se le escurría como agua entre los dedos? Tenía solo 36 años, compadre. Y usted y los suyos nos dejaron a todos un poco huérfanos.

JOSÉ: ¿De qué habla? ¡Haga algo! ¡Ayúdeme y lo perdono! ¡No le voy a contar a nadie! ¡Diremos que fue mi primo, el mestizo! ¡Haga algo!

GABRIEL: Tenía los ojos del que sabe que se va a morir, el general. Pero no tenía rencor. El no quiso que haya un baño de sangre, que los hermanos se empiecen a echar culpas. Nos dijo, cuando se estaba por morir: Digan que estoy durmiendo… Y se nos fue.

JOSÉ: ¡Ayúdeme! ¡Se lo pido por lo que más quiera, compadre!

GABRIEL: Hay que cortar donde haya gangrena, dijo el doctor, y yo le hago caso. La gente de su ralea son la gangrena del pueblo. Están en cada lado y estarán en cada momento de la historia, con distintos nombres, en distintas épocas, les pondrán el pie encima a los humildes, los humillarán, se abusarán de ellos, se reirán, se burlarán, los van a acusar de moverse solo por la comida, por un favor, por una dádiva. Les será difícil entender que al pueblo lo mueven las grandes gestas, los más grandes objetivos. La noción de patria se les escapará siempre por su pequeñez de ideas, por su avaricia. Pero no nos van a ganar, ahora es por Martín Miguel de Güemes, mañana serán otros los nombres de los mártires de la libertad, pero estaremos para alzar cada nombre y llevarlo como bandera a la victoria. Nosotros seguiremos siendo los anónimos, será nuestra sangre el abono de esta tierra, pero ante cada encrucijada, no le quepa ninguna duda compadre que sabremos de qué lado estar.

JOSÉ: Me estoy muriendo, compadre, no me deje… Olvidemos todo, ayúdeme, olvidemos todo.

GABRIEL: (Lo mira, deja el cuchillo sobre la mesa) Ni olvido, ni perdón. Justicia. (Se va)

JOSÉ: ¡No me deje solo! ¡No me deje solo!

(Oscurecimiento final)

Estrenada el 5 de marzo de 2011.

Elenco: JOSE ARRECHEA: Leandro Galaz; GABRIEL DE MONTEROS: Alejandro Leopardo; EUSTAQUIO MAURIN: Horacio Zárate.

Iluminación: Diego Lanzoni; Vestuario: Marta Marrese; Escenografía: Luis Montoya; Truca escénica: Santos Vega; Asistente: Patricia Giles; Sonido, Puesta en Escena y Dirección: Duilio Lanzoni.

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Datos personales

Nombre y apellido: Duilio Olmes Lanzoni Fecha de nacimiento: 3 de Julio de 1962 Bolívar pcia. de Buenos Aires Dirección: Alvear 325 Bolívar TE. (02314) 42-4095 // 15416051 // E-mail: duiliolanzoni@speedy.com.ar