(La escena a oscuras
Comienzan a oírse ruidos de cañones, ayes y gritos. Es la batalla de Caseros.
La voz de Chilavert surge por entre la batahola. Los ruidos irán
desvaneciéndose en tanto una tenue iluminación abrirá sobre el rostro de
Martiniano)
CHILAVERT: Yo, Don Martiniano Chilavert, argentino, coronel
de Artillería de la República, he servido durante 9 años sin que los más
amargos sinsabores, ni las más atroces calumnias, ni injustas proscripciones
hayan disminuido mi ardiente celo y mi constante adhesión a la causa que
sostenía, pues consideraba en ella envuelta la dicha de la Patria, objeto de
todos mis conatos y el más enérgico sentimiento de mi corazón. Más ahora, esa
misma patria querida a la que sirvo desde la edad de 15 años, se ve hostilizada
por dos formidables potencias: Inglaterra y la Francia, y amenazada en sus más
altos intereses, en su dignidad, en su gloria, y en su futura prosperidad.
Considero el más espantoso crimen llevar contra la patria las armas del
extranjero. Conducido por estas convicciones me reputé desligado al partido
Unitario a quien servía mientras vi propagadas doctrinas que tienden a
convertir el interés mercantil de Inglaterra en un centro de atracción al que
deben subordinarse el honor y el porvenir del país. El cañón de Obligado
contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón.
Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria, en esta
lucha de justicia y gloria para ella. Ofrezco al gobierno de mi país, a usted Brigadier
General don Juan Manuel de Rosas, mis débiles servicios. Nada me reservo, lo
único que pido es el más completo y silencioso olvido sobre lo pasado.
Vergüenza y oprobio esperan al que proceda en contrario y en
su conciencia llevará eternamente una acusación implacable, que sin cesar le
repetirá: ¡traidor, traidor, traidor!
(La iluminación abre
completamente sobre Chilavert. Se lo nota fatigado. Ha terminado la batalla de
Caseros. Rosas ha sido derrotado. Chilavert, que ha sostenido el Palomar de
Caseros hasta la última munición, arma un cigarrillo. Está desarreglado, los
vestigios de la batalla aparecen en su vestuario y expresión. Ingresa el
Capitán Alaman, se acerca a Martiniano. Amaga a agarrarlo)
CHILAVERT: Si me toca, señor capitán, le vuelo la tapa de los
sesos. Busco un oficial superior a quien entregar mis armas.
ALAMAN: Así será, señor Coronel. Acompáñeme, por favor… (Se hace a un lado como para que Chilavert
vaya por delante) Adelante, Coronel.
CHILAVERT: Camine, pues, capitán. Lo sigo, quédese tranquilo,
que detrás de usted estaré, ni huida ni nada que temer, capitán… ¿cómo es su
nombre?
ALAMAN: Alaman, capitán de infantería José María Alaman, señor.
CHILAVERT: Camine, capitán Alaman, lo sigo.
ALAMAN: Acompáñeme entonces, Coronel.
(Comienzan a caminar y
la luz sobre ellos desaparece abriendo sobre otro sector del escenario en donde
está Urquiza en su detall de campaña. Mira algunos papeles y toma mate. Está
solo. Luego de leer algo queda pensativo, se levanta, camina, duda. Grita)
URQUIZA: ¡Capitán Alaman!
ALAMAN: (Ingresa tras
un momento, se cuadra) ¡Ordene, señor!
URQUIZA: Vaya y traiga al Coronel Chilavert.
ALAMAN: ¡Si, señor!
(Urquiza se acomoda su
uniforme. Vuelve a acomodar los papeles que estaba leyendo. Mira hacia la
entrada. Tras una pausa, ingresa Alaman con Chilavert. Este ya no trae su
uniforme, ha pasado un día de la escena anterior. Un poncho y una camisa visten
ahora su torso. Se miran con Urquiza a los ojos, se sostienen la mirada.
Urquiza sonríe)
URQUIZA: ¡Coronel Martiniano Chilavert!
CHILAVERT: General Justo José de Urquiza.
URQUIZA: ¿Cómo está, Coronel?
CHILAVERT: Teniendo en cuenta que estoy detenido desde ayer a
la espera de que se resuelva sobre mi vida y que soy un oficial de la tropa
derrotada, podría decirle que bien.
URQUIZA: No ha de resolverse sobre su vida, Chilavert. En
todo caso sobre su libertad, no es lo mismo.
CHILAVERT: ¿Le parece?
URQUIZA: Tome asiento Coronel. Póngase cómodo.
CHILAVERT: Prefiero estar de pie, si usted lo está.
URQUIZA: ¡Ah, vamos, que yo también me siento! (Lo hace. Chilavert queda parado un instante
aprovechando para mirarlo desde arriba. Incomoda a Urquiza con la mirada, e
inmediatamente se sienta también) Capitán Alamán, hágame el favor, siéntese
en aquel rincón y trate de tomar nota de todo lo que aquí se diga. ¿Está claro?
ALAMAN: ¡Como usted ordene, mi General! (Procede, y se hace de un tintero y una pluma)
(Urquiza toma el mate.
No es un mate cualquiera, tiene incrustaciones de plata y oro. Ceba y toma uno
mirando a Chilavert en silencio. Se sostienen la mirada. Hace ruido al terminar
el agua. Ceba otro. Se lo extiende a Chilavert)
URQUIZA: ¿Gusta, Coronel?
CHILAVERT: Cómo no. (Lo
toma)
URQUIZA: No es un mate cualquiera, ¿sabe?
CHILAVERT: Veo, general… Es un mate plagado de riquezas.
Aunque sabe a cualquier mate.
URQUIZA: No lo digo por el oro y la plata. Ese mate me lo
regaló Rosas. (Chilavert observa el mate,
con detenimiento, vuelve a tomar)
CHILAVERT: Usted sabrá. Pero insisto… sabe a cualquier otro
mate.
URQUIZA: ¿Qué hago con usted, Chilavert?
CHILAVERT: Usted dispondrá, señor. Usted ha vencido aquí en
Caseros. Yo no soy más que uno de los derrotados.
URQUIZA: El más bravo de los derrotados. Nos complicó la vida
con su artillería en El Palomar.
CHILAVERT: Cumplí mi deber. Solo eso.
URQUIZA: ¿Qué es usted?
CHILAVERT: Un coronel de la Confederación. Nada más.
URQUIZA: Ingeniero también…Militar, artillero, unitario y
federal…
CHILAVERT: Si usted lo dice.
URQUIZA: Quiero entenderlo. No se puede juzgar a un hombre
sin entender sus motivos, ¿no le parece?
CHILAVERT: Júzgueme simplemente por lo que sabe que soy,
general. Un coronel del ejército derrotado. No pierda su valioso tiempo, señor.
URQUIZA: Es mi potestad de vencedor hacer lo que considere
mejor, Chilavert. Y lo que me parece más apropiado es juzgarlo como
corresponde… y para eso debo entenderlo. Permítame… ¿Nació usted en Buenos
Aires, cursando sus estudios en España de donde retornó en 1812, acompañando a
su padre, el capitán español Francisco Chilavert que volvió junto al general
San Martín para ponerse a las órdenes de la revolución? (Todo esto lo irá diciendo al consultar los papeles que leía al
principio, a la vez que sigue cebando mates que tomará y convidará a Chilavert,
ignorando a Alaman)
CHILAVERT: Es así.
URQUIZA: Ingresa como cadete de los Granaderos a Caballo,
egresa como subteniente de artillería pero pide la baja en 1821 para estudiar
ingeniería, pero reingresa en 1826 a raíz de la guerra con el Brasil,
obteniendo el grado de mayor por su descollante actuación en la batalla de
Ituzaingó, en donde tuvo el honor de comenzarla y resistió con la artillería
junto a la caballería de Olazábal, hasta que el resto de las fuerzas patriotas
pudo ponerse en acción.
CHILAVERT: Las órdenes del general Alvear fueron precisas:
mantenga ese punto y hágase matar.
URQUIZA: A ver… Dorrego lo asciende a Sargento Mayor de
Artillería y emigra a Montevideo junto a otros unitarios en 1830 cuando asume
Rosas, ¿estoy equivocado?
CHILAVERT: No, señor.
ALAMAN: Perdone, mi General…
URQUIZA: ¿Qué pasa, capitán?
ALAMAN: ¿Escribo todo cuánto dicen?
URQUIZA: Creo que fui claro con las órdenes dadas, capitán.
Escriba todo lo que aquí se hable. ¿Qué pasa, no entiende? ¿Por qué me mira
así?
CHILAVERT (Riendo) No le dan las manos al capitán para
escribir todo tal cual. Por eso tiene esa cara, general. Hombre de armas y no
de letras ha de ser.
URQUIZA: Escriba como pueda capitán, haga dibujos, rayas… Lo
que pueda, pero después me lo pasa todo como corresponde. Resuelva, pues, y
sáquese esa cara de carnero degollado.
ALAMAN: ¡Cómo usted ordene, general! (Al decirlo se para y cuadra, con lo que tira todo lo que tiene sobre
la pequeña mesa. Se desespera, presto, junta todo y lo acomoda entre las risas
de Chilavert y la furia de Urquiza)
URQUIZA: ¡Me cago en su madre, capitán! Haga lo ordenado o va
a parar al calabozo. (Se recompone)
Vuelve junto a Lavalle a participar de la guerra civil para desalojar a
Mansilla, en Entre Ríos.
CHILAVERT: Así es, junto a López Jordán, Olavarría, Pirán, y
usted mismo general…
URQUIZA: (Sonriendo a
medias) En 1838 en Montevideo se constituyó una Comisión Argentina
que tenía por finalidad " luchar por
todos los medios a su alcance" contra
el gobierno de Rosas. Esta comisión estaba integrada por unitarios y federales
antirrosistas en el exilio, contándose entre otros a Julián Agüero, Manuel
Gallardo, Valentín Alsina, el general Juan Lavalle, Bernardino Rivadavia, Pedro
Agrelo, el general Tomás Iriarte, el General Martiniano Chilavert, el general
Félix Olazábal y Salvador María del Carril.
CHILAVERT:
Es así, pero prefiero no recordarlo.
URQUIZA:
Estuvo del lado de Fructuoso Rivera, contra Oribe y estuvo junto a Lavalle en
la toma de la Isla Martín García cuando el bloqueo anglo francés., lo sigue a
Lavalle un tiempo más y en 1840 se vuelve a Montevideo. ¿Me equivoco?
CHILAVERT:
No, señor.
URQUIZA:
Allí lo mandan preso por tratar de traidores a Florencio Varela y a Fructuoso
Rivera, pero se escapa de la cárcel y se va al sur del Brasil. Y allí, de
pronto, el entonces General Chilavert, furioso enemigo de Rosas, se convierte
en su más acérrimo defensor… hombre complicado es usted.
CHILAVERT:
No más que tantos, no menos que muchos.
URQUIZA:
¿Qué pasó allí?
CHILAVERT:
Solo la distancia, creo. Tomar distancia de ese hervidero de pasiones y
mentiras que era Montevideo me hizo caer en la cuenta de algo muy sencillo. Dar
intervención a Inglaterra para derrocar a Rosas era permitir la injerencia de
extranjeros en asuntos internos de la patria. No es para eso que luché, que
luchamos por la independencia. Por eso renuncié en el 46 a mis cargos militares
en Montevideo y se los ofrecí a Rosas. Ese hombre le plantó bandera a los
gringos, general, y yo no podía seguir estando en el lado equivocado.
URQUIZA:
Por todo eso, sus antiguos compañeros lo acusaron de traidor.
CHILAVERT:
Traidor a su causa, quizás. Pero nunca traidor a la patria.
URQUIZA:
Igual, resulta extraño, coronel. Que quiere que le diga. De acérrimo enemigo de
Rosas a Coronel de Artillería de su ejército.
CHILAVERT:
¿Me lo dice usted?
URQUIZA:
¿Qué insinúa?
CHILAVERT:
No insinúo, Urquiza, afirmo. Usted era hasta hace poco la segunda espada de don
Juan Manuel, y hoy el es vencedor del propio Rosas.
URQUIZA:
Cuestiones de política, de economía. No se olvide que la guerra es la política
llevada a las armas. Rosas se empecinó en mantener el exclusivismo portuario de
Buenos Aires. Entre Ríos necesitaba continuar su expansión comercial a través
del Paraná y Juan Manuel se opuso.
CHILAVERT:
Yo por defender los ideales de la patria soy un traidor, y usted por defender
los intereses de los estancieros entrerrianos es… ¿un político?
URQUIZA: No
lo he tratado de traidor, Chilavert. Fueron sus ex camaradas quienes lo
dijeron. No he emitido opinión alguna.
CHILAVERT:
Pero lo sugiere.
URQUIZA:
Solo hablé de su complejidad. No sea susceptible.
CHILAVERT:
¿Es complejidad poner a la patria por sobre cualquier otra cosa, o es
coherencia? Yo no me alejé de mis compañeros de otrora, ellos se alejaron de mí,
sus ideas se fueron tras el libre comercio y lo individual. Sencillo, no
complejo.
URQUIZA:
Aunque, si nos detenemos en las menudencias, es usted quien ha sugerido que yo
he traicionado a Rosas.
CHILAVERT:
Solo marqué que a la inversa de lo dicho por usted, primero estuvo con Rosas,
ahora acaba de derrotarlo. No he dicho palabra acerca de si es usted traidor o
no… ¿usted cómo se siente, general Urquiza? Yo, por mi parte, no siento haber
traicionado a nadie.
URQUIZA:
¡Alamán!
ALAMAN:
Estoy anotando todo, mi general.
URQUIZA:
Cámbiele la yerba al mate.
ALAMAN:
¡Comprendido, mi general!
URQUIZA:
Chilavert, Chilavert… Complejo, díscolo, con problemas para aceptar la
autoridad.
CHILAVERT:
¿Por qué dice eso?
URQUIZA: No
ha habido jefe al que no lo haya cuestionado, puesto en duda. A Fructuoso
Rivera, ¿qué le dijo?
CHILAVERT:
Lo que sentía, como siempre. Que me daba cuenta de que su guerra no era contra
Rosas sino contra la República Argentina, gracias a su cadena de coaliciones con
el extranjero y que de esa manera vivía amenazando nuestra soberanía. Era lo
que pensábamos todos, pero en todo caso fui el único que habló.
URQUIZA: Me
cuesta mucho entenderlo, Coronel, a ver… me dijo que la distancia lo transformó
de unitario a federal. Mire que yo he andado, y nunca por alejarme se me
cambiaron las ideas de la cabeza.
CHILAVERT:
Hubiese jurado que se había ido lejos también.
URQUIZA:
Una lengua irrefrenable.
CHILAVERT: Ahí
estaba yo, señor, rodeado de mis camaradas de pensar, los Florencio Varela, los
del Carril, los Rivadavia… Todo lo que se hablaba era en un mismo sentido, todo
lo que se escribía, general, estaba teñido de la mirada aviesa sobre lo que
aquí sucedía. La prensa de Montevideo es inglesa. Para ellos, que eran mis
propios compañeros de entonces, los ingleses o franceses tenían todos los
derechos, toda la justicia. Cuando la Vuelta de Obligado, un maquinista francés
muerto era digno de compasión y duelo, pero morían 400 argentinos y no merecían
ni una lágrima. Periódicos, libelos, diarios nos contaminaban cada día, a cada
momento, y muchos terminamos aceptando verdades que no eran tales.
URQUIZA:
Solo se deja engañar el que quiere ser engañado.
CHILAVERT:
No, general. Uno ve las letras de molde, siente el olor a la tinta y cree que
ese papel emana verdad. No está el escriba, queda su escrito y uno en su cabeza
convierte esas palabras en verdades reveladas, las letras nos atraviesan y
comienzan a hablar por nuestra boca y hacerse de nuestros propios pensamientos.
Envenenados de verdades ajenas pregonamos, pregoné, de la terrible bestia que
era para todos Rosas; pero lo vi enfrentar a los de afuera, lo vi mantener
unida a esta tierra y lejos, y solo, entendí que no debía obrar por otros, sino
ser consecuente con aquello que me da guía: el destino de mi patria.
URQUIZA: La
soledad y el exilio pueden ser bálsamos para las ideas, dice usted.
CHILAVERT:
Escapar de la vocinglería que repite una y otra vez la misma historia. Ver y
comparar, pensar e interpretar. Mi causa fue siempre la misma. La de mi padre.
La independencia, la libre determinación. Creí que el partido Unitario
representaba esos ideales, pero lo vi tejer demasiadas conspiraciones, pregonar
demasiado odio, adular en demasía a lo foráneo. Y solo los imbéciles no cambian,
general. A tiempo de dar mi pobre brazo, ofrecí mis servicios a Rosas,
pidiéndole olvido por el ayer, y me recibió sin preguntas y con confianza,
parco pero fraternal.
URQUIZA: Un
zorro astuto, un lobo feroz, según le conviniese.
CHILAVERT:
Lobo, zorro o perro, estaba del lado de mis ideas, general.
URQUIZA: ¿Y
quién le dice que yo no?
CHILAVERT:
Si no he de creerle a mi mente, al menos daré fe a mis ojos, que su ejército
Grande venía hablando portugués y lleno de imperiales brasileños.
URQUIZA: Es
una alianza táctica, necesaria para acabar con la tiranía, coronel.
CHILAVERT:
¿Y le da cabida a extranjeros sedientos de venganza, a los que vencimos en Ituzaingó,
a que caminen como dueños de una tierra que no les pertenece, solo por táctica?
Disculpe, general, pero no puedo estar de acuerdo en nada.
URQUIZA: (Riendo) Pero me dejó sin brasileros,
casi… Usted y su batería dispararon sin cesar, al centro, al flanco derecho, al
izquierdo, a Virasoro… Fue el primero en iniciar el fuego y el último en
terminarlo.
CHILAVERT:
Y disparé mis municiones, y las municiones enemigas y terminé con piedras.
URQUIZA: Un
brazo fuerte y decidido… Quizás, un brazo necesario para los nuevos tiempos que
se avecinan… Tómese otro mate… Durante mucho tiempo escuché lo mismo: el traidor
Chilavert, el traidor Chilavert… por eso me pregunto, viéndolo como lo vi ¿cómo
puede ser traidor un hombre de tal valía?
CHILAVERT:
Esos que me han llamado traidor, general, son miserables que se ufanan de la más
exquisita inmoralidad, me llaman traidor porque no los acompañé en su carrera
de crímenes y deshonra. Ellos son los inveterados traidores. Infames cobardes
que prefieren vender a su patria antes que sufrir las penalidades del
destierro. Y ellos me llaman traidor a mí, solo porque ofrecí mis servicios a
una cuestión santa, de justicia y de gloria para la patria. Pero los hijos de
ellos los maldecirán por las ignominias que les legan, acuérdese.
URQUIZA:
Tranquilo, coronel. No se exalte. Pero no comparto la idea del legado.
CHILAVERT:
La historia los va a juzgar, nos va a juzgar a todos. A ellos, a mí, a usted…
URQUIZA: La
historia no existe por sí misma, Chilavert. Hay quien la escribe. Y la escriben
los que ganan. A ellos pertenece la última versión de los hechos. Y, permítame
recordarle, coronel. Usted está en el bando derrotado.
CHILAVERT:
No, señor, la historia verdadera será escrita algún día.
URQUIZA:
Coronel, no sea niño. La historia no es más que la política del pasado, y la
política la historia del futuro. Pueblo y calles llevarán siempre el nombre de
vencedores, sin importar qué ni a quién ni para qué han vencido. Pasado un
tiempo la memoria se desdibuja y los hechos pueden ser acomodados para decir lo
que se quiera.
CHILAVERT:
Me niego a aceptar su cinismo.
URQUIZA: No
confunda cinismo con realidad, mi amigo. La realidad puede ser cínica, yo soy
práctico en todo caso.
CHILAVERT:
Ya veremos.
URQUIZA:
Pero quédese tranquilo que ni usted ni yo estaremos para ver el resultado de
tal dilema.
CHILAVERT:
¿Y el pueblo, general?
URQUIZA:
¿Qué pasa con el pueblo?
CHILAVERT: Nosotros
ponemos nuestros grados, nuestros nombres, hasta alguno ponen sus ideas, pero
los muertos los ponen ellos, general. Es de ellos la sangre que tiñe los campos
de batalla doquiera busque, es de ellos la carne despedazada y chamuscada, son
de ellos los gritos y el dolor.
URQUIZA: Lo
sé.
CHILAVERT:
¿Lo sabe? Porque habla de historias de vencedores y vencidos sin tenerlos en
cuenta, me parece.
URQUIZA:
Chilavert, ¿le parece que algo podría hacer este servidor, algo, cualquier cosa,
sin tener detrás a su paisanada entrerriana? Ellos están ahí, ellos me siguen
sin preguntar porque saben que este general no los va a defraudar.
CHILAVERT:
Usted les presta su nombre y ellos le ofrendan su vida. No es justo.
URQUIZA:
¿Justo? Nadie más Justo que yo, ¿no? (Se
ríe de su broma, acompañado de Alaman) Yo les doy la bandera y la
esperanza, coronel. Como usted les ofrenda su entrega y su valentía a sus
soldados.
CHILAVERT:
Y me duele en el alma cada soldado muerto, cada hombre herido, cada mujer
viuda, cada chico huérfano. Es por ellos, general, que nos debemos la patria.
Por los indios, los mulatos, la plebe toda, como mal los llaman los falsarios
doctores que construyen sus ideas contándolos como número.
URQUIZA: Yo
soy la cabeza, la vanguardia de mi gente.
CHILAVERT:
Usted debe ser su representación, general, no su cabeza.
URQUIZA:
Pero ellos hoy son victoriosos, porque Urquiza lo es.
CHILAVERT:
Urquiza es victorioso porque ellos pusieron la sangre para que usted ganara.
URQUIZA:
Ellos tienen un fragmento en la historia.
CHILAVERT:
Ellos hacen la historia, no son un fragmento.
URQUIZA:
Ahí se equivoca de nuevo, mi querido Coronel.
CHILAVERT:
¿Me equivoco?
URQUIZA:
Las batallas ganadas o perdidas, son batallas contra el olvido, por la memoria.
La verdadera derrota es el olvido. El que gana escribe la historia, coronel, y
solo mencionará al vencido como mal necesario para la existencia de un
vencedor… y serán números, si es que siquiera son eso, los gritos, las muertes,
el miedo. Urquiza venció a Rosas en Caseros, eso será todo, pero fueron los
hombres los que arrojaron las armas y se dispersaron, ayer nomás, cuando mi
caballería cargó sobre el flanco izquierdo de Rosas... La derrota es el olvido,
coronel.
CHILAVERT:
Entonces cada soldado, cada paisano, no importa el bando en que esté, será
derrotado, dice usted.
URQUIZA:
Ojalá fuera distinto… pero es lo que hay.
(Quedan en silencio. Alaman sigue escribiendo a gran velocidad.
Urquiza saca tabaco y arma un cigarrillo. Le extiende a Chilavert que lo rechaza
y arma el propio con su tabaco)
URQUIZA: Es
usted un hombre complejo, Chilavert, pero creo que es un buen hombre. Gente
como usted necesitamos en los tiempos que vendrán.
CHILAVERT:
¿Le parece?
URQUIZA: Usted,
tal como en Ituzaingó, inició la batalla con el fuego de sus cañones. La
columna brasileña del Ejército Grande fue repelida por usted, coronel, tanto
que los obligó a virar hacia el sector de las casas de El Palomar, usted hizo
recoger mis propias municiones para seguir cargando sus cañones y sé, porque me
contaron, que rasgó su propio poncho y envolvió piedras con él para efectuar el
último disparo. ¡Nadie quedaba en el campo de batalla de los suyos, y usted
seguía!
CHILAVERT:
Nadie me ordenó rendirme, general Urquiza.
URQUIZA: Un
hombre de su valía, por más que pese su idealismo, sería bienvenido en estos
nuevos tiempos.
CHILAVERT:
¿Pesa mi idealismo, qué quiere decir?
URQUIZA:
Los hombres con demasiados ideales son peligrosos. Les falta practicidad y no
dudan, como usted, en cambiar de bando si creen que adónde están no representa
sus ideales.
CHILAVERT:
Eso, más que idealismo, me parece coherencia.
URQUIZA: ¿Y
qué es la coherencia sino llevar los ideales a los extremos?
CHILAVERT:
Llevarlos a la práctica, no a los extremos.
URQUIZA:
Poner en práctica un ideal es llevar la idea al extremo de su puesta en marcha.
CHILAVERT:
No sé. Creo que no tiene importancia.
URQUIZA: (Extendiéndole otro mate) ¿Gusta otro,
coronel?
CHILAVERT:
Si, gracias, nunca desprecio uno.
URQUIZA: ¿Y
entonces?
CHILAVERT:
¿Entonces, qué?
URQUIZA:
¿Qué me dice?
CHILAVERT:
Disculpe, general, pero no lo entiendo… ¿qué le digo a qué?
URQUIZA:
Vea, capitán, cómo el coronel Chilavert se hace el zonzo…
ALAMAN:
¿Escribo eso también?
URQUIZA:
No, capitán, eso es una acotación que le hago a usted. No la escriba.
CHILAVERT:
Quizás mi inteligencia, que no es tanta, está algo exangüe de tanta discusión,
general Urquiza, pero créame que no entiendo qué me quiere decir.
URQUIZA: Le
he dicho en un par de oportunidades que un brazo como el suyo, que un hombre
como usted, puede ser muy necesario en los tiempos que vendrán.
CHILAVERT:
¿Dice usted que me está proponiendo integrarme a su ejército, a su gobierno?
URQUIZA:
Eso mismo, coronel.
CHILAVERT:
¿A cambio de qué?
URQUIZA: De
su lealtad, de su honor, de sus servicios.
CHILAVERT:
Y de hacerme un traidor.
URQUIZA:
Será su destino que lo llamen traidor, Chilavert. Pero, ¿es una traición acaso
cambiar la prisión por un servicio a la patria? Lo estoy invitando a ser
práctico, porque yo lo soy y creo que nos conviene a ambos.
CHILAVERT:
Cuando antes me llamaron traidor fueron palabras dichas por gente vil, que
prefirió endilgarme a mí su perversa condición. Si aceptara su propuesta, que
agradezco, no serían los otros quienes me llamarían traidor. Sería yo quien lo
sintiera y cada noche mi propia conciencia me lo gritaría, sin dejarme dormir,
sin sueños ya.
URQUIZA:
Hombre, ni que le propusiese ser parte del Infierno mismo.
CHILAVERT:
Señor, no puedo, no debo, no quiero, ser parte de su conjura. Respeto sus
ideas, mas no sus formas, sus tácticas, como dice usted, porque ¿cuál es el
precio de su alianza con el Imperio del Brasil?
URQUIZA: No
me gusta lo que sugiere.
CHILAVERT:
¿100 mil patacones han sido suficientes para comprar su practicidad, Urquiza?
URQUIZA:
¡No sea insolente, carajo!
CHILAVERT:
Mi insolencia, de ser verdad lo que he dicho, no pasa más que por mi lengua, la
suya más que insolencia sería una infame traición a la patria.
URQUIZA:
¿Pero a usted le parece que a mí me hacen falta 100, 200, un millón de
patacones? Yo, antes que militar, era un estanciero, Chilavert. No es fortuna
lo que me falta.
CHILAVERT:
¿Y entonces por qué pactar con potencias extranjeras para derrotar a un hombre?
¿Qué será de las Misiones Orientales tras su alianza con Brasil, Urquiza? ¿Cuál
es el costo de su táctica, de su practicidad?
URQUIZA: Me
está haciendo perder la paciencia, Chilavert, se lo advierto.
CHILAVERT:
¿Usted cree que le importa a este hombre derrotado su paciencia, general? Solo
la patria me conmueve o me moviliza. Ni su paciencia, ni su enojo, ni sus
ofertas, y temo por lo que será de estas tierras tras su victoria. Más no por
usted, quiero creer que está embelesado por los cantos de las sirenas de los
liberales que también llenaron mi cabeza. No ha de ser usted quien continúe
esta historia, acuérdese de lo que le digo, y se lo digo hoy cuando lo embeben
aún las mieles de la victoria. Años de derrota para el pueblo, años de olvido y
fortunas personales, años de opresión y crimen se ciernen sobre la patria,
encabalgados en su ejército Grande, pero por mandato de las codicias
extranjeras y las vilezas de los señorones locales.
URQUIZA:
¿Usted me toma por tonto? Soy el general Justo José de Urquiza, sé lo que hago
y adónde voy. Lo hecho está hecho por la patria que anhelo y la que pretendo.
Hemos terminado la despótica tiranía de Juan Manuel de Rosas y usted, otrora
enemigo, pone el grito en el cielo en defensa de valores inexistentes y en
nombre de futuros sombríos. ¡No me joda, Chilavert!
CHILAVERT:
Mire, Urquiza, no me importa quién escribirá la historia. Yo no estaré para
leerla. No importa si seré un traidor, un héroe o un simple coronel de
artillería, pero aquí y ahora no puedo ser más que lo que soy. Mis actos
responden a lo que siento y no al juicio del porvenir. Haga de mi lo que
quiera, seré carne de calabozo o de fusil, pero si aún me quedan noches para
descansar este cuerpo, serán en paz y tranquilidad de conciencia.
URQUIZA: Me
tiene harto con sus principios, Chilavert. ¡Un traidor dándome lecciones de
moral!
CHILAVERT:
¡Llámeme traidor si le apetece! ¡Arrástreme por el barro de las palabras! ¿No
se ha preguntado como lo llaman a usted los federales a quienes traicionó?
¿Cómo lo llamaron sus ex camaradas de armas a los que mandó a degollar? Si me cabe
a mí el sayo de la traición, a usted le queda pintado.
URQUIZA:
¡Retráctese de sus palabras, Chilavert!
CHILAVERT:
Tengo en mi conciencia haber servido a la independencia de mi país. Y si mil
veces más me encontrase en iguales circunstancias… mil veces obraría del mismo
modo.
URQUIZA:
¡Se está jugando la vida!
CHILAVERT:
No, señor general. La vida me la jugué allá afuera. La taba nos cayó de culo,
acá pongo mi honor en disputa. ¡Martiniano Chilavert es de una pieza, general
Urquiza!
URQUIZA:
¡Alaman!
ALAMAN:
¡Ordene, mi general!
URQUIZA:
¡Saque a este hombre de mi vista!
ALAMAN: Acompáñeme,
Coronel Chilavert.
URQUIZA:
¡Capitán Alaman!
ALAMAN:
¿Señor?
URQUIZA:
Deme sus anotaciones. (Alaman se las
alcanza. Urquiza toma los papeles y con furia los rompe en mil pedazos,
arrojándolos a la cara de Chilavert) Esto es lo que quedará de usted,
Chilavert, pedazos, fragmentos… nada. Usted eligió ser un derrotado, Coronel,
el olvido será su coherencia y su reino… Alamán… ¡que lo fusilen!
CHILAVERT:
¿Vio, general Urquiza? Al final usted dispone de mi vida y mi muerte, no solo
de mi libertad. Usted quiso oír de mis labios una capitulación del espíritu y
se encontró con las verdades de mi alma… Usted no me fusila a mí, está
queriendo fusilar a su conciencia.
URQUIZA: ¡Sáquelo
de mi vista, ya!
CHILAVERT:
¡Cagón! (Alaman retira a Chilavert del
espacio en que se encontraba con Urquiza, pero al ser nuevamente llamado por el
general, reingresa solo)
URQUIZA:
¡Capitán Alamán!
ALAMAN:
¡Ordene, señor!
URQUIZA:
¡Por la espalda, que lo fusilen por la espalda! ¡Y su cadáver no será entregado
a su familia! ¡Déjenlo tirado por ahí, pudriéndose al sol, comido por los
perros! ¡Que sirva de ejemplo, carajo!
(La escena se oscurece sobre Urquiza. La iluminación abre apenas sobre
otro sector de la escena. Surge un redoblar de tambores. Chilavert, a punto de
ser fusilado, hincado sobre una rodilla, reza.
La luz apenas dibuja su rostro. Crece el sonido de los redoblantes)
ALAMAN:
¡Pelotón, prepararse!
CHILAVERT:
Capitán Alaman…
ALAMAN:
Coronel.
CHILAVERT: (Despojándose de su poncho y su tabaco) Entréguele
esto a sus hombres, le darán mejor uso que el que he de darle yo en un momento.
(Le entrega las cosas a Alaman y se pone
de frente al público dispuesto a recibir la descarga)
ALAMAN:
Coronel, tengo órdenes de fusilarlo por la espalda… (Intenta tomarlo por los hombros y girarlo. Pero Chilavert se
desprende hecho una furia, arrancándose la camisa ofrece su pecho al frente,
comienza a gritar)
CHILAVERT:
¡Acá, tiren acá! ¡Tiren, tiren, carajo! Al pecho, cagones. Al pecho, cagones…
¡Así muere un hombre como yo! ¡Tiren, mierda, tiren! ¿Qué pasa, tienen miedo de
matar a un hombre? ¡Al pecho, carajo, al pecho! (Queda furioso, extraviado, enfrentando al pelotón, Alaman se acerca y
arrima una pistola a su cabeza. Chilavert lo obliga a ponerla en el pecho) ¡Al
pecho, mierda! (En casi total oscuridad,
se silencian los redoblantes. Suena un disparo. Se escucha la voz de Chilavert,
como al principio) Vergüenza
y oprobio esperan al que venda a su patria y en su conciencia llevará
eternamente una acusación implacable, que sin cesar le repetirá: ¡traidor,
traidor, traidor! (Suenan más disparos) ¡Traidores!
(Oscurecimiento final)
Bibliografía
consultada: El Mártir de Caseros, de Juan Corbella
Historia de la Argentina
(De los pueblos originarios hasta el Tiempo de los Kirchner) Tomo 1. Norberto
Galasso
La Otra Historia. El
revisionismo Nacional, Popular y Revisionista. Pacho O’Donnell y otros.
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