ESA MUJER



(Versión libre de Duilio O. Lanzoni sobre el cuento homónimo de Rodolfo Walsh y Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez)
(La escena a oscuras. Sobre foro derecho se percibe un resplandor discontinuo de luces de neón. El Coronel enciende una lámpara sobre su escritorio que está ubicado del centro a la izquierda de la escena. Mira hacia ningún lugar. Juega con la lámpara. La prende y la apaga. Bebe. Apaga la luz y enciende un cigarrillo a oscuras. Solo quedan la brasa y el resplandor de neón. Se escucha un ruido. El Coronel enciende la luz, busca un arma, apaga la luz. Vemos el movimiento de la brasa. El Coronel está parado. Una puerta se abre. Se escucha un grito apagado)
CORONEL: ¡Te agarré, hijo de puta! (Se mueve hacia la lámpara. Enciende la luz, abre un cenital sobre la escena. En sus manos, arrodillada, sostiene a una mujer. Su propia mujer que lo mira horrorizada y conteniendo el llanto. El Coronel está apoyando su arma sobre la cabeza de ella) ¡Puta madre, Negra! Te dije que golpees tres veces cuando entrás, te lo dije mil veces… ¡casi te mato!
MUJER: Me olvidé… perdóname. No me acuerdo de esas cosas. No me acuerdo de nada.
CORONEL: (La ayuda a incorporarse) ¿No te das cuenta que en cualquier momento nos joden, si nos descuidamos? ¿Había velas?
MUJER: Dos.
CORONEL: Hijos de puta… son unos hijos de puta. ¿Estaban prendidas?
MUJER: Si, consumidas por la mitad casi.
CORONEL: ¿Cuándo saliste estaban?
MUJER: No sé, no me fijé.
CORONEL: ¡Carajo, Negra, tenés que prestar atención! ¡Vos tendrías que ir al psiquiatra con la nena, también!
MUJER: Si, es probable.
CORONEL: ¿Estás bien?
MUJER: Si, no sé. Me asusté. Me agarraste fuerte.
CORONEL: Perdoname, pero poné atención. No nos podemos descuidar. ¿Hay café?
MUJER: Ya te traigo. ¿Por qué no prendés otra luz? Me molesta esta oscuridad.
CORONEL: ¿Y que nos vean lo que hacemos desde afuera?
MUJER: Estamos en el décimo piso.
CORONEL: Igual. Cualquier cuidado es poco con esa gente.
MUJER: Tengo miedo de terminar como la mujer de Arandía. Un día de estos me vas a matar.
CORONEL: Prestá atención a lo que te digo y no te va a pasar nada. ¿Me traes el café?
MUJER: ¡Estoy harta! Es tu culpa…
CORONEL: ¿Qué decís?
MUJER: ¡Esa mujer! (de pronto enfurece, parece que va a estallar pero se limita a repetir la frase golpeando con un dedo el pecho del Coronel) ¡Esa mujer! ¡Esa mujer!
CORONEL: (Tomándole la mano, la mira fijo): ¿Me traes el café?
MUJER: Si, ahí voy. (Sale. Suena un timbre. Es el portero eléctrico. Se escucha que la mujer atiende. EL Coronel se ha puesto tenso) Es él.
CORONEL: ¿Él? ¿Quién carajo es “él”?
MUJER: El periodista. El del nombre irlandés.
CORONEL: Ah, él. Que suba.
MUJER: Si. ¿Le hago café tambien?
CORONEL: Qué se yo. (Acomoda un poco su escritorio. Revisa la habitación. Mueve un poco los adornos. Se peina con su mano. Prueba a sonreír, trata de aflojarse. Camina. Mira por la ventana. Queda expectante frente a la puerta. Suena el timbre. Va a abrir y se arrepiente) Abrí vos. (La mujer sale, se acomoda un poco. Abre la puerta)
MUJER: Pase. (Ignora la mano extendida de Walsh y desaparece. El Coronel va hacia él y lo saluda)
CORONEL: Puntual como los alemanes, o como los ingleses.
WALSH: Su apellido es alemán, el mío irlandés.
CORONEL: He leído sus cosas. Lo felicito.
WALSH: Gracias.
CORONEL: (Sirve dos vasos de whisky) No soy un simple militar, ¿sabe? Yo sé que mis camaradas tienen fama de un poco brutos. Pero yo trabajé 20 años en el Servicio de Informaciones del Estado, he estudiado siempre. Filosofía, me apasiona la filosofía. He leído a todos, pero soy tomista. Y leo, leo mucho. Borges, Stendhal, Stevenson, Maupassant. Todo lo que sea arte provoca mi curiosidad, ¿sabe? Creo que podríamos tener grandes conversaciones con usted, mi amigo.
WALSH: Quizás, pero no es eso lo que nos ha reunido, Coronel. Usted lo sabe.
CORONEL: Usted acaso tenga unos papeles, yo busco unos nombres.
WALSH: Yo busco una muerta, Coronel, un lugar en el mapa. Acaso usted lo sepa.
CORONEL: ¿Qué le parecen estos potiches, estos jarrones? Me gusta buscar en los anticuarios, siempre se encuentra algo.
WALSH: Su whisky es delicioso.
CORONEL: ¡Esos papeles!
WALSH: Esa mujer, coronel.
CORONEL: Todo se encadena. ¿Vio velas al subir?
WALSH: ¿Velas? No, ¿adónde?
CORONEL: En el palier.
WALSH: No, coronel. Ninguna vela. Aunque no entiendo su pregunta.
CORONEL: No importa. Hace poco pusieron una bomba ahí. ¿Vio que muchos de los adornos están dañados?
WALSH: ¿Una bomba? ¿Quiénes? ¿Se la pusieron a usted?
CORONEL: Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos roñosos.
WALSH: ¿Mucho daño?
CORONEL: Bastante. Mi hija. La he puesto en manos de un psiquiatra. Tiene doce años.
(Ingresa la mujer con dos pocillos de café en una bandeja. Se nota un ligero temblor en sus manos)
MUJER: Sírvanse.
CORONEL: Contale de la bomba, Negra. (La mujer sale sin responder) No estaban más las velas. O vos viste mal. (Lo mira con dureza y sale) La pobre quedó muy afectada. Pero a usted no le importa esto.
WALSH: ¿Cómo no me va a importar? Oí que al capitán Galarza y al mayor Arandía también les ocurrió una desgracia después de aquello.
CORONEL: La fantasía popular. Vea cómo trabaja. Pero en el fondo no inventan nada. No hacen más que repetir. (Enciende un cigarrillo) ¿Quiere uno? ¿No? Sírvase cuando quiera. Cuénteme cualquier chiste.
WALSH: No se me ocurre ninguno ahora.
CORONEL: Insisto.
WALSH: No tengo memoria para contar chistes, ni gracia. ¿A qué viene eso?
CORONEL: Usted cuénteme cualquier chiste político. El que quiera y yo le demostraré que estaba inventado hace veinte años, cincuenta años, un siglo. Que se usó tras la derrota de Sedán, o a propósito de Hindenburg, de Dollfuss, de Badoglio.
WALSH: ¿A dónde quiere llegar?
CORONEL: La tumba de Tutankamón, Lord Carnavon. Basura.
WALSH: Pero el mayor Arandía tuvo un accidente, mató a su mujer.
CORONEL: ¿Qué más?
WALSH: La mujer tenía 25 años, estaba embarazada. Dicen que Arandía tuvo el cadáver de esa mujer en un garage. Y que le pegó un balazo a su propia esposa porque quiso entrar allí.
CORONEL: La confundió con un ladrón. Esas cosas ocurren.
WALSH: Pero el capitán Galarza…
CORONEL: Tuvo un choque de automóvil, que lo tiene cualquiera y más él, que no ve un caballo ensillado cuando se pone en pedo.
WALSH: Pero murieron los tres soldados que iban con él. Y a Galarza le tuvieron que dar 33 puntos en la herida de la cabeza.
CORONEL: Treinta y tres. Si.
WALSH: La edad de ella.
CORONEL: La edad de la difunta.
WALSH: ¿Y usted, coronel?
CORONEL: Lo mío es distinto. Me la tienen jurada.
WALSH: ¿Usted cree?
CORONEL: Creen que yo tengo la culpa. Esos roñosos no saben lo que yo hice por ellos. Pero algún día se va a escribir la historia. A lo mejor la va a escribir usted.
WALSH: Me gustaría.
CORONEL: Y yo voy a quedar limpio, yo voy a quedar bien. No es que me importe quedar bien con esos roñosos, pero si ante la historia, ¿comprende?
WALSH: Ojalá dependa de mí, coronel.
CORONEL: Anduvieron rondando. Una noche, uno se animó. Dejó la bomba en el palier y salió corriendo. (Toma una estatuilla de porcelana) Mire. Derby. Doscientos años.
WALSH: Le falta un bracito a la pastora. (El coronel se la saca y la deposita en su lugar con ternura) ¿Por qué creen que usted tiene la culpa?
CORONEL: Porque yo la saqué de donde estaba, eso es cierto, y la llevé donde está ahora, eso también es cierto. Pero ellos no saben lo que querían hacer, esos roñosos no saben nada, y no saben que fui yo quien lo impidió.
WALSH: ¿Si?
CORONEL: Porque yo he estudiado historia. Puedo ver las cosas con perspectiva histórica. Yo he leído a Hegel.
WALSH: ¿Qué querían hacer?
CORONEL: Fondearla en el río, tirarla de un avión, quemarla y arrojar los restos por el inodoro, diluirla en ácido. ¡Cuánta basura tiene que oír uno! Este país está cubierto de basura, uno no sabe de dónde sale tanta basura, pero estamos todos hasta el cogote.
WALSH: Todos, coronel. Porque en el fondo estamos de acuerdo, ¿no? Ha llegado la hora de destruir. Habría que romper todo.
CORONEL: Y orinarle encima.
WALSH: Pero sin remordimientos, coronel. Enarbolando alegremente la bomba y la picana. ¡Salud! (Pausa. El Coronel va hacia la ventana)
CORONEL: Esa mujer… Estaba desnuda en el ataúd y parecía una virgen. La piel se había vuelto trasparente. Se veían las metástasis del cáncer, como esos dibujitos que uno hace en una ventanilla mojada. Desnuda. Éramos cuatro o cinco y no queríamos mirarnos. Estaba ese capitán de navío y el gallego que la embalsamó, Ara, y no me acuerdo quién mas. Ara, como las siglas de la Armada Argentina, ¿vio? Pedro Ara. Y cuando la sacamos del ataúd, cuando la sacamos, ese gallego asqueroso… (Se escuchan ruidos afuera. El Coronel se para, toma su arma, camina sigiloso y abre la puerta de golpe. Desaparece por unos segundos. Walsh lo ignora y toma su whisky, calmo) Me pareció oír. Esos roñosos no me van a agarrar descuidado, como la vez pasada. (Pausa. Divaga. Vuelve)… se le tiró encima, ese gallego asqueroso. Ara, como la Marina. Estaba enamorado del cadáver, la tocaba, le manoseaba los pezones. Le di una trompada, mire, que lo tiré contra la pared. Está todo podrido, no respetan ni a la muerte. ¿Le molesta la oscuridad?
WALSH: No.
CORONEL: (Apaga el velador, baja el cenital, quedan apenas iluminados entre el humo del cigarrillo) Mejor. Desde aquí puedo ver la calle. Y pensar. Pienso siempre. En la oscuridad se piensa mejor. Pero esa mujer estaba desnuda. Tuve que taparle el monte de Venus, le puse una mortaja y el cinturón franciscano. Tuve que pagarla de mi bolsillo a la mortaja. Mil cuatrocientos pesos. Eso le demuestra, ¿eh? Eso le demuestra.
WALSH: ¿Qué me demuestra?
CORONEL: Eso le demuestra, eso le demuestra. Tuve que buscar ayuda para cambiarla de ataúd. Llamé a unos obreros que había por ahí. Figúrese cómo se quedaron. Para ellos era una diosa, qué sé yo las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente.
WALSH: ¿Pobre gente?
CORONEL: Si, pobre gente. Yo también soy argentino.
WALSH: Yo también, coronel, yo también. Somos todos argentinos.
CORONEL: Ah, bueno.
WALSH: ¿La vieron así?
CORONEL: Si, ya le dije que esa mujer estaba desnuda. Una diosa, y desnuda, y muerta. Con toda la muerte al aire, ¿sabe? Con todo, con todo…
WALSH: (Sirviéndose whisky) Permiso.
CORONEL: Como en su casa, mi amigo. Y le digo, para mí no es nada. Yo estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas. Muchas en mi vida. Y hombres muertos. Muchos en Polonia, el 39. Yo era agregado militar, dese cuenta.
WALSH: (Sin poder reprimirse) Quiero darme cuenta, sumo mujeres desnudas más hombres muertos, pero el resultado no me da. No me da. (Cambia. No ha querido que se le escapara lo que dijo)
CORONEL: (Lo mira fijo, sin entender. Ríe breve y forzado) Ah, humor irlandés. Muy fino.
WALSH: Quizás.
CORONEL: A mí no me podía sorprender. Pero ellos…
WALSH: ¿Se impresionaron?
CORONEL: Uno se desmayó. Lo desperté a bofetadas. Le dije: “Maricón, ¿esto es lo que hacés cuando tenés que enterrar a tu reina? Acordate de San Pedro, que se durmió cuando lo mataban a Cristo.” Después me agradeció.
WALSH: ¿Y entonces?
CORONEL: La sacamos de allí. Pero se enteraron, no sé cómo. Arandía decía que seguían los vahos que dejaba la difunta. Como un olor de flores, ¿sabe? Primero encontramos una flor, una nomeolvides creo, en la parrilla de la ambulancia camuflada que teníamos para moverla. Pero allí donde íbamos, en algún momento quedaban los ramos de aquellas flores y las velas. Velas y nomeolvides. Nomeolvides y velas.
WALSH: Pero, ¿cómo?
CORONEL: El vaho, el aroma, el olor. Arandía enloqueció y creía que esa mujer respiraba en su ataúd. Una noche, dormíamos a la intemperie para despistar a los roñosos, juró que rondaban abejas a la ambulancia. Que se sentía el zumbido, que estaban tras la difunta, porque olía a flores.
WALSH: ¿Usted estaba allí?
CORONEL: Abejas que zumbaban. De noche. Miles y miles de abejas. No paraban, no cesaban. Parecían millones, millones de abejas.
WALSH: ¿Las escuchó?
CORONEL: Eso decía Arandía, ¿me entiende? Yo no estaba. Yo soy un coronel, mi amigo, un hombre culto, que ha leído a Kierkegaard. Arandía decía lo de las abejas… que zumbaban y zumbaban… (El alcohol o los recuerdos parecen alienar al Coronel) Beba
WALSH: Estoy tomando, gracias Coronel.
CORONEL: Beba, beba, beba, beba… (Lo dice sin parar. Con furia, con tristeza, con lascivia, marcando cada vez más las últimas tres letras de la palabra. Walsh lo mira desconcertado. Ingresa la Mujer. Parece a punto de estallar. Empuja al Coronel que no cesa de repetir Beba. Le quita el arma)
MUJER: ¡Basta, basta, basta! No quiero escuchar más esa palabra… ¡Basta de repetirla!
CORONEL: (Desde la silla, riendo y desafiante) ¡Beba, beba, beba!
MUJER: ¡Terminala! (Se pone el arma en su boca. Mira al Coronel que se sigue riendo. Walsh se levanta para intervenir. La Mujer lo detiene con un gesto imperioso. El Coronel se recompone. Le quita el arma. Le da una bofetada. La mujer cae, lo mira con odio. Tras unos segundos se levanta. Digna. Como si nada hubiese sucedido. Ignorando a Walsh, se va)
CORONEL: Es por la bomba. Está como aturdida. Pobre Negra. No se preocupe.
WALSH: ¿Está seguro que todo está bien?
CORONEL: Tranquilo. Sé de lo que hablo, vivo cada día con ella, con mi hija. ¿Le dije que está en manos del psiquiatra?
WALSH: Si, me lo dijo.
CORONEL: ¿Me presta atención? ¿Me escucha?
WALSH: Lo escucho.
CORONEL: Le cortamos un dedo.
WALSH: ¿Era necesario?
CORONEL: Tantito así. Para identificarla.
WALSH: ¿No sabían quién era?
CORONEL: (Ríe) Beba. Sabíamos, si. Las cosas tienen que ser legales. Era un acto histórico, ¿comprende?
WALSH: Comprendo.
CORONEL: La impresión digital no agarra si el dedo está muerto. Hay que hidratarlo. Mas tarde se lo pegamos.
WALSH: ¿Y?
CORONEL: Era ella. Esa mujer era ella.
WALSH: ¿Muy cambiada?
CORONEL: No, no, usted no me entiende. Igualita. Parecía que iba a hablar, que iba a… Lo del dedo es para que todo fuera legal. El profesor Ramírez controló todo, hasta le sacó radiografías.
WALSH: ¿El profesor Ramírez?
CORONEL: Si. Eso no lo podía hacer cualquiera. Hacía falta alguien con autoridad científica, moral. (Suena el teléfono. El Coronel se detiene, queda expectante. Ingresa la Mujer como si la escena anterior no hubiese sucedido)
MUJER: Teléfono. ¿Atiendo?
CORONEL: Deciles que no estoy.
MUJER: (La mujer alza el teléfono y con voz neutra, sin escuchar lo que dicen contesta) El Coronel no está. Ha salido. (Corta y se retira)
CORONEL: Es para putearme. Me llaman a cualquier hora. A las tres de la mañana, a las cinco.
WALSH: Ganas de joder.
CORONEL: Cambié tres veces el número de teléfono. Pero siempre lo averiguan.
WALSH: ¿Qué le dicen?
CORONEL: Que a mi hija le agarre la polio. Que me van a cortar los huevos. Basura. ¿En qué estábamos?
WALSH: En las velas, en los ramitos de nomeolvides.
CORONEL: Antes…
WALSH: ¿Con los obreros que la sacaron del ataúd?
CORONEL: Hice una ceremonia, los arengué. Yo respeto las ideas, les dije. Esa mujer hizo mucho por ustedes. Yo la voy a enterrar como cristiana. Pero tienen que ayudarme. Como le dije la sacamos en una ambulancia. La tuve en Viamonte, después en 25 de Mayo, siempre cuidándola, protegiéndola, escondiéndola. Por dónde fuéramos aparecían esas flores de mierda. Las nomeolvides. Me la querían quitar, hacer algo con ella. La tapé con una lona, estaba en mi despacho, sobre un armario, muy alto. Cuando me preguntaban qué era, les decía que era el trasmisor de Córdoba, la Voz de la Libertad.
WALSH: ¿La volvió a mirar?
CORONEL: Siempre. Tenía que controlar que el deterioro no avanzara. Usted no puede imaginarse cuánta vida tenía esa mujer. Yo soy argentino, ¿sabe? Yo no quiero juzgar y respeto las ideas… pero cada vez que la miraba entendía porque la amaban tanto esos roñosos. Usted no puede imaginar su belleza…
WALSH: ¿Le parece?
CORONEL: Tendría que haberla visto. Y su aroma, mi amigo… Beba, beba. Llueve.
WALSH: Está todo estrellado, coronel.
CORONEL: Llueve día por medio. Día por medio llueve en un jardín donde todo se pudre, las rosas, el pino, el cinturón franciscano.
WALSH: ¿Dónde?
CORONEL: ¡Está parada! ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho! ¡Ella cada día vive más!
WALSH: ¿Dónde? Dígame dónde.
CORONEL: No me haga caso. Estoy borracho.
WALSH: ¿La sacaron del país? (El Coronel no lo escucha, parece perdido. Walsh se levanta y le toca el hombro)
CORONEL: ¿Eh?
WALSH: ¿La sacaron del país?
CORONEL: Si.
WALSH: ¿La sacó usted?
CORONEL: Si.
WALSH: ¿Cuántas personas saben?
CORONEL: Dos.
WALSH: ¿El Viejo sabe?
CORONEL: Cree que sabe.
WALSH: ¿Dónde?
CORONEL: ¿Quiere otro café?
WALSH: ¿Dónde?
CORONEL: Negra, trae dos cafés más.
WALSH: Coronel, dígame dónde. Hay que escribirlo, publicarlo.
CORONEL: Si. Algún día.
WALSH: ¡Ahora! ¿No le preocupa la historia? ¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para siempre, coronel!
CORONEL: Cuando llegue el momento, usted será el primero…
WALSH: No, ya mismo. Piense. Paris Match, Life. Cinco mil dólares. Diez mil. Lo que quiera.
CORONEL: Negra ¿me escuchaste que te pedí dos cafés?
MUJER (En off) Ahí voy.
WALSH: ¿Dónde, coronel, dónde?
CORONEL: Llueve día por medio. Y zumban las abejas.
WALSH: Algún día iré a buscarla, coronel. Iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento no me sentiré solo, no nos sentiremos solos, ya no me sentiré como arrastrada, amarga y olvidada sombra. (Walsh se para y comienza a irse. Ingresa la mujer con dos nuevos pocillos de café. El Coronel mira a Walsh sin reconocerlo. Perdido. En el momento que Walsh abre la puerta, reacciona.)
CORONEL: Es mía. Esa mujer es mía.
(APAGON)

Estrenada el 18 de agosto de 2012 en la Sala El Taller (Artecon, Bolívar) dentro del espectáculo EVA. Elenco: 

Coronel: José María ALABART, Mujer: Lorena MEGA; Walsh: Leandro GALAZ.
Iluminación: Diego Lanzoni; Sonido: Duilio Lanzoni; Dibujo: Marco Lanzoni; Asistente: Patricia Giles; Puesta en escena y dirección: Duilio Lanzoni.

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Datos personales

Nombre y apellido: Duilio Olmes Lanzoni Fecha de nacimiento: 3 de Julio de 1962 Bolívar pcia. de Buenos Aires Dirección: Alvear 325 Bolívar TE. (02314) 42-4095 // 15416051 // E-mail: duiliolanzoni@speedy.com.ar