LA ELECCIÓN DE ARGENTINA

María Argentina Godoy (Joven de poco más de 20 años)

Cirilo Ferracuti (Cercano a los 40, pareja de la anterior)

Emilio Barrios Alzueta (De la misma edad que Ferracuti, patrón de ambos)

(La escena en el salón principal de la casona de Barrios Alzueta. Es el 3 de marzo de 1913, día de elecciones en Buenos Aires. Allí está Argentina, vestida con delantal y ropa de labor, está haciendo su tarea. Cirilo está cebando mate. Lleva ropa de trabajo, sus manos están sucias de tierra)

CIRILO: Tómese otro matecito, mujer.

ARGENTINA: Último, Cirilo. Que si sigo con el mate no termino más y todavía tengo que limpiar el cuarto del patrón y la cocina…¿Usted no tiene nada que hacer?

CIRILO: Debe ser nomás que pasa la carroza cuando le hablo.

ARGENTINA: ¿Por?

CIRILO: ¿No le acabo de decir que ya terminé con todo? Podé los ligustros, arreglé la cerca de entrada, usted me dijo que se había desclavado, arranqué unos yuyos que habían aparecido, barrí todo el patio…ah, y le di de comer a los perros. ¡Comen mejor que nosotros esos desgraciados!

ARGENTINA: ¿Y para qué el apuro? ¿Qué va a hacer ahora, pavear? ¿Se va a algún lado?

CIRILO: A veces no sé si es porque es muy trabajadora, o lo hace de sorda nomás. Hace días que le vengo diciendo que hoy son las elecciones. Se elige senador, Argentina, elegimos senador por Buenos Aires.

ARGENTINA: Elegimos, dijo el mosquito.

CIRILO: Elegimos, dice Cirilo. Voy a votar, ¿se acuerda? Hace como un año que tenemos la ley de Sáenz Peña, la 8871. Voto universal, secreto, masculino y obligatorio. Y bueno, qué tanto, voy a ejercer ese derecho.

ARGENTINA: ¡Ah, pero qué agrandado, mi maridito! ¡Como sabe leer y se pasa todo el tiempo arruinándose la vista con esas porquerías, ahora viene y me lo refriega! Claro, como la bruta de Argentina no aprendió a leer…

CIRILO: Si no aprende es porque no quiere, ¿cuántas veces le he dicho que le enseño? (Se sienta en un sillón)

ARGENTINA: ¡Levántese de ahí! ¿Qué hace sentándose, y con esa mugre? ¿Se imagina que entre el patrón y lo vea sentado? No tengo tiempo Cirilo. ¿A usted le parece que con todo lo que hay que hacer en esta casa me quedan ganas de aprender a leer? Además, ¿para qué? Lo más importante ya lo sé, y lo que no, me lo lee usted… y mire que es pesado con sus cosas.

CIRILO: Vamos, tómese otro matecito. (Se lo da, a la vez que le da un beso. Argentina sonríe, se detiene un momento para tomar el mate)

ARGENTINA: ¡Salga, zalamero! Ahora, ¿para qué va a votar? Usted es anarquista y los anarquistas no votan.

CIRILO: Socialista, no anarquista.

ARGENTINA: La misma cosa.

CIRILO: No señora. Nosotros los socialistas queremos la distribución de la riqueza, mejorando paulatinamente a la clase trabajadora, para que un día puedan suprimirse las clases mismas. Por eso participamos en gremios y tenemos nuestro propio partido. Los anarquistas no quieren mejora alguna, no quieren reformas, son todo o nada, acción catastrófica, revuelta de masas.

ARGENTINA: No sé, para mi es lo mismo. No le entiendo lo que me está diciendo.

CIRILO: Eso es porque no me presta atención, mire, le explico. (Vuelve a intentar sentarse)

ARGENTINA: ¡Y dale! ¡Levántese de ahí! Socialista o anarquista, si entra el patrón y lo ve sentado ya va a ver dónde quedan sus politiquerías. Y no quiero más mate. Si no tiene nada para hacer, no venga a hacerlo acá.

CIRILO: Filosa, la Argentina. No tengo nada que hacer porque ya lo hice. Ahora tengo que cambiarme esta ropa para ir a votar. Pero primero tengo que ver a Emilio para pedirle permiso.

ARGENTINA: ¡Cállese, desgraciado! ¿Cómo va a llamar por su nombre al patrón? ¡Mire si lo escucha! Además, mejor pídale permiso por otra cosa, no le diga lo de votar.

CIRILO: ¿Por?

ARGENTINA: Hágame caso por una vez. No le diga eso al patrón.

CIRILO: Pucha, que es melindrosa. No se llama patrón, se llama Emilio Barrios Alzueta, que yo sepa.

ARGENTINA: En todo caso, dígale doctor, que es lo que es. Pero en qué cabeza cabe llamarlo por su nombre. No sea confianzudo, Cirilo.

CIRILO: ¿Y usted acaso no me dice Cirilo, o me dice marido, para no ser confianzuda?

ARGENTINA: Termínela, hombre, se pone pesado cuando quiere. El patrón debe estar por llegar supongo. Y le digo patrón por respeto, es el que nos paga, gracias a él vivimos.

CIRILO: Entonces dígale dios, según su razonamiento. El nos paga por nuestro trabajo, y gracias a nuestro trabajo y al de todos los peones y sirvientes que tiene es que el anda por la vida dándose aires.

ARGENTINA: El no se da aires, pavo. El tiene plata. Nosotros no.

CIRILO: Si tiene plata es porque se benefició con la ley de enfiteusis de Rivadavia. Bien que su abuelo o bisabuelo habrá sido algún comerciante del puerto que se apropió de tierras de los indios, como la mayoría, por no decir todos, de estos oligarcas.

ARGENTINA: ¡Basta con esas palabrotas!

CIRILO: ¿Qué palabrotas, mujer?

ARGENTINA: Acá no ande diciendo eso de oligarca (lo dice con miedo como a una mala palabra) ni enfi…infi…entu… eso que dijo primero.

CIRILO: ¿Enfiteusis?

ARGENTINA: Basta, se acabó. Usted me toma para la chacota. Haga como quiera, si quiere esperar al patrón espérelo, pero no me haga perder el tiempo. Mire todo lo que podría haber hecho si usted no anduviera molestando.

CIRILO: Está bien, ¡está brava usted hoy! (Se vuelve a sentar)

ARGENTINA: ¡Pero qué culo pesado tiene, hombre! ¡Levántese de ese sillón! ¡No se lo digo más! (Lo obliga a levantarse agarrándolo de una oreja)

CIRILO: ¡Ay, Argentina! ¡No se tome las cosas a la tremenda, qué carácter! Vamos, ¿cómo va a tratar así a su querido esposo? ¿Qué modales son esos? No me tire la oreja, mejor baile conmigo. (Tararea y la hace bailar) Baile que hoy es un gran día para nosotros los trabajadores, compañera. Hoy, por fín podemos votar todos, como corresponde, basta de fraude, basta de oligarcas en el gobierno, hoy el doctor Enrique del Valle Iberlucea se convertirá en el primer senador socialista. Es un día de alegría, Argentina mía. Deme un beso, no sea mala. (Se besan) ¿Se da cuenta? Estamos dando un paso enorme para que nuestro hijo viva en un país mejor… (Le toca la panza y se la besa)

ARGENTINA: ¡Ni dios permita! ¡No sea tonto quiere! No me gustan esas chanzas. No estoy preñada, Cirilo, ni quiero estarlo por ahora. ¿Cómo cuidaría a un chico con 14 horas de trabajo todos los días? Basta, váyase a hacer lo que tenga que hacer, el patrón ya está por venir. No me moleste más.

CIRILO: ¡Qué carácter, esta Argentina! Chau, bellísima. Este galán se va a emperifollar para ir a votar. No me extrañe, compañera. (Sale, Argentina queda mirando hacia el lugar de su partida. El gesto adusto se transforma en una sonrisa. Continúa con su trabajo alegremente. Canturrea el tango La Morocha. Ingresa el patrón sin que Argentina lo advierta)

ARGENTINA: Yo soy la morocha, la más agraciada, la más renombrada de esta población. Soy la que al paisano muy de madrugada brinda un cimarrón. (Sigilosamente, Emilio la toma desprevenida por detrás, con fuerza. La manosea y le da un beso en el cuello. Argentina grita por el susto. Al advertir que es el patrón, se desprende de él suavemente, se aleja entre avergonzada y satisfecha) ¡Patrón, me asustó!

EMILIO: Epa, papusita, que habías sido arisca. ¿Qué pasa? ¿Ahora no te gustan mis manos y mis besos?

ARGENTINA: Ay, patrón, las cosas que dice. Es que me agarró desprevenida.

EMILIO: Y alegre… No te había oído nunca cantar. ¡Cantás lindo, che! A ver, seguí que te escucho.

ARGENTINA: No, cantaba porque me creía sola. Soy un perro cantando, patrón. No me haga pasar más vergüenza de la que tengo.

EMILIO: Pero si cantabas, papusita, es porque estás contenta. ¿Qué tiene este domingo que te hace estar contenta?

ARGENTINA: Cantaba, nomás, señor.

EMILIO: Bueno, no te me ofendas, muchacha. Pero, ¿me vas a cantar alguna vez?

ARGENTINA: No sé.

EMILIO: Ah, pero qué linda te ponés cuando se te mezclan el enojo y la vergüenza. ¿Sabés? Te imagino como una espléndida bataclana, desnuda, cantando para mi. ¡De solo imaginarlo me pongo loco! (Avanza sobre ella, la toma de los brazos, lascivo. Ella se vuelve a escapar suavemente)

ARGENTINA: El Cirilo lo anda buscando, patrón, ¿lo encontró?

EMILIO: Cirilo, Cirilo, Cirilo. Me querés poner nervioso nombrando a tu maridito, ¿no?

ARGENTINA: No, patrón, en serio le digo. Lo anda buscando.

EMILIO: ¿Ah, si? O sea que lo que te pasa es que te pone nerviosa que tu marido nos vea, ¿es eso?

ARGENTINA: Y… también, si.

EMILIO: Tan remilgada ahora, y tan salvaje en la cama. ¿Para qué me busca Cirilo?

ARGENTINA: Eh… no sé, patrón, no me dijo. Recién se fue. Pero lo busca.

EMILIO: ¿Recién se fue, papusita, pero recién, recién?

ARGENTINA: Si.

EMILIO: ¡Pero con razón los sonrojos y las vergüenzas, pebeta! O sea que tipo casi nos agarra con las manos en la masa… (Argentina asiente sin mirarlo) ¡Y qué masa! Suertudo el chichipío, mirá la naifa que posee. (La vuelve a tomar lascivamente, Argentina lo deja hacer con una leve resistencia. Emilio la besa y la manosea. Argentina no acciona, solo se abandona) ¿Sabés qué? No sé si me gusta más tu cuerpo o tu nombre, piba. Pero deben ser las dos cosas. Cuando te abrazo así, cuando te tengo toda para mi, ¿qué estoy haciendo? ¿No sabés? Soy el dueño de la Argentina. ¡Hago con ella lo que quiero! ¡La beso, la hago mía, la contemplo! ¿Te das cuenta? Una obvia y maravillosa metáfora que me llena de placer. ¿Entendés algo de lo que te digo, piba?

ARGENTINA: No, señor.

EMILIO: Mejor, son solo palabras. Pero además, es como que completan la idea, ¿no? Argentina se deja y no entiende. Argentina se abre de gambas ante el patrón porque es lo que corresponde. ¿Entendés? ¡Flor de puta es la Argentina! (Se ríe alborozado de su ocurrencia)

ARGENTINA: No me diga eso, señor.

EMILIO: ¿Te ofendiste, papusita? Perdoname, piba, me manqué en la partida. No es a vos a quien se lo digo, es a… no importa. Dale, ¿me perdonás?

ARGENTINA: Está bien, patrón. No importa.

EMILIO: ¿Cómo que no importa si estás chinchuda por lo que dije? Piba, hacé de cuenta que no dije nada. No quise decirte puta a vos, ¿me entendés? Hablaba así, en sentido figurado del país. Dale, cambia la carita, piba.

ARGENTINA: En serio, patrón, no importa. Si ni siquiera entendí muy bien nada de lo que dijo. Si me permite, voy a seguir limpiando.

EMILIO: Si, porque si el patrón encuentra algo sucio se enoja. No seas pava, Argentina. Yo soy el que digo cuándo se limpia y cuándo no. Y ahora es no. No te voy a dejar ir hasta que me regales una sonrisita, dale, pebeta. (La toma, tierno, de la barbilla y la obliga a mirarlo. Le hace gestos y caras graciosas hasta que Argentina ríe contenida. Al lograrlo le da un beso suave en la boca que contrasta con la lascivia del principio) Puta que sos linda, Argentina. ¿Vos me querés?

ARGENTINA: Soy casada, patrón.

EMILIO: Y dale con eso. Nunca me contestás cuando te pregunto si me querés, nunca, papusita. Porque a pesar de todo lo que nos diferencia, yo sí te quiero. Sos linda, sos joven. La vida es puro azar, piba. Si hubieses nacido en otra casa, si te hubiesen tocado otros padres te juro que me casaba con vos. Te lo juro, piba. O quizás, si yo fuera otro, y en vez de ser un Barrios Alzueta fuese un, ¿cómo es el apellido de Cirilo? Ferracuti, eso, tal vez sería tu marido… ¿me entendés?

ARGENTINA: Si, señor, aunque ¿qué importancia tiene si lo entiendo o no?

EMILIO: Tiene importancia, ¿cómo no? Porque no quiero que te ofendas, Argentina. Si por mi fuera, si no existiese esta sociedad en la que vivimos, yo me habría casado con vos. ¡Fuera Cirilo! Pero ¿te imaginás que yo entre con vos del brazo – bien vestidita eso si- en la Sociedad Rural, o el Jockey Club? ¡Me desclasan, piba! “Mirá a Emilio con esa chirusita”, comentarían las otras muchachas, y los tipos te desnudarían con la mirada pero igual, me harían a un lado. Eso se llama hipocresía, che. Pero en esa hipocresía nos hemos criado y hemos construido los cimientos de este país, de este granero del mundo que se llama como vos. ¿Me entendés? Nosotros le damos de comer al resto del mundo, piba, y alguien que está en la cima de la pirámide, por más que esté perdidamente enamorado, no puede compartir su vida con alguien de la base. Es la ley de la vida, Argentina, yo no la hice, pero tengo que aceptarla.

ARGENTINA: Yo… yo también lo quiero, patrón, pero no sé, de otra manera.

EMILIO: ¿Lo querés más a Cirilo?

ARGENTINA: Lo quiero de otra forma. No sé cómo explicarlo. Con él es como que somos lo mismo. Y usted, es el patrón.

EMILIO: ¿Pensás lo mismo cuando estamos acostados juntos, piba?

ARGENTINA: Si, patrón. No se ofenda, pero es la verdad. Pero la verdad también es que yo lo quiero.

EMILIO: Bueno, ¡eso sí que es un avance! A ver, decímelo de nuevo.

ARGENTINA: Lo quiero, patrón.

EMILIO: ¡Pero suena muy mal así, papusita! Sacale el patrón. Y tutéame, para decir eso te doy permiso de tutearme. (Argentina lo mira, intenta hablar y se queda callada) ¿Y? ¿Te comieron la lengua los ratones?

ARGENTINA: No puedo, patrón, no me sale tutearlo. Yo no tuteo a nadie, ni a mi marido, vea.

EMILIO: Bueno, como te salga.

ARGENTINA: Lo quiero.

EMILIO: ¡Música en mis oídos, pebeta! (La toma en sus brazos y la hace bailar como si oyera un vals) Y la música se baila… Dale, bailá conmigo, Argentina. Vos no tenés que enojarte nunca conmigo. Yo te voy a cuidar. Ni siquiera me pongo celoso cuando pienso en que tenés marido. Dejemos las cosas así. Vos serás la esposa de él, pero vas a ser siempre mi mujer. ¿Entendés? Ustedes comen y tienen un techo gracias a mi. Es como mi derecho de pernada. ¿Sabés? Lus primae noctis, era un derecho feudal que establecía la potestad señorial de tener relaciones sexuales con toda doncella, sierva de su feudo. Pero lo nuestro no es solo sexo, Argentina. Yo te quiero, vos tambien me querés. Sigamos así, que a veces dejar que las cosas ocurran es lo más parecido que hay a la felicidad. Te tengo ganas piba, ni bien vea a tu marido lo mando a hacer algo, lejos de la casa, así tenemos tiempo para nosotros. ¿Si? (Bailan en silencio. Reingresa Cirilo. Argentina alcanza a advertirlo y transforma el baile en un gesto de acomodar la ropa de Emilio. Le arranca hábilmente un botón)

ARGENTINA: Si, patrón, tiene razón. Se ha roto este botón. Enseguida nomás voy a buscar el costurero y un botón nuevo para cosérselo. En seguida vengo. (Sale casi sin mirar a Cirilo que queda observando la escena sin comprenderla demasiado. En realidad no ha visto nada.)

CIRILO: Permiso… quería hablar con usted.

EMILIO: Mirá qué casualidad, pibe, yo también quería hablar con vos.

CIRILO: Diga nomás, lo escucho.

EMILIO: No, cantaste primero, hablá nomás.

CIRILO: Mire, quería decirle que ya adelanté todo el trabajo de hoy. Los ligustros, el césped, una cerca que estaba desclavada, le di de comer a los perros…

EMILIO: ¡Así me gusta! Haz cumplido con tu deber, aplauso para Ferracuti. Pero decime, que no será que me has venido a decir lo que has hecho sin más motivo que ese. Algo te traes bajo la manga.

CIRILO: Venía a pedirle permiso para poder salir.

EMILIO (Repentinamente alegre porque le da la posibilidad de quedarse a solas con Argentina) ¡Viste que no hay puntada sin hilo! No me digas nada. ¿Estudiantil Porteño vs. Belgrano Athletic?

CIRILO: ¿Cómo dice?

EMILIO: ¡Te he sorprendido, pibe! Claro, vos debés pensar: “El tordo este vive en un frasco”. ¿Viste cómo sé? Me venís a pedir permiso para ir a ver ese partido, ¿querés ir al football, no? Todos andan con eso. A mi no me gusta, te aclaro, creo que no tienen ningún futuro, pero no por eso desconozco lo que pasa. ¡Andá nomás, pibe! ¡El domingo es tuyo!

CIRILO (Parece aprovechar la oportunidad para irse sin dar más explicaciones, pero se arrepiente) No, doctor, no es por eso que quería pedirle para salir.

EMILIO: ¿Y entonces? ¿No es medio temprano para la milonga?

CIRILO: Le pido permiso para ir a votar.

EMILIO: ¿Perdón?

CIRILO: Hoy hay elecciones, doctor, y quiero ir a votar. Eso.

EMILIO: Ah, pero claro. “Un hombre, un voto”. (Se oscurece) Ese Sáenz Peña. ¡Qué ganas de joder! ¡Si las cosas funcionan, para qué cambiarlas! ¿Y qué?, seguro vas a votar a Francisco Melo. ¡Tenés cara de radical, vos! Si Lombroso hubiese imaginado la fisonomía de un radical, tendría la tuya, seguro.

CIRILO: No, doctor, ni voto a Melo, ni soy radical.

EMILIO: Pero caramba, decime que votás a Beazley y te llevo yo mismo.

CIRILO: Como usted sabrá, doctor, el voto es secreto desde hace un año, pero igual no tengo problemas en decirle que soy socialista y voy a votar por el doctor Enrique del Valle Iberlucea.

EMILIO: ¿Por ese gallego extremista? Puta, carajo. Esto es lo que se logra con dejar que vote cualquiera. ¿Sabés qué? No te voy a dar permiso para que salgas, ahora mismo te busco otro trabajo para hacer, pibe.

CIRILO: No puede hacer eso, no es legal, doctor.

EMILIO: ¡Mirá vos quien habla de legalidad! ¡En cualquier momento resulta que vos sos el abogado y yo el laburante!

CIRILO: El voto no solo es secreto, es universal y obligatorio, doctor.

EMILIO: ¿Querés que me ponga a temblar de miedo? No me jodas, pibe. Es increíble lo que han hecho Sáenz Peña y Gómez, y todo por culpa de ese Irigoyen. Tanto lío por los abstencionistas, ¡que se jodan! Nadie se da cuenta de que este país así como está, está perfecto, ¿para qué cambiar? ¿Cómo van a permitir que cualquiera vote, sin el más mínimo control, eh? ¿Adonde iremos a parar? Por ejemplo, vos, ¿sabés leer siquiera?

CIRILO: Sé leer.

EMILIO: ¿Y tenés alguna idea de lo que es este país? ¿De lo que representamos en el mundo? ¿Sabés lo que significa un argentino en Europa, por caso?

CIRILO: Tengo.

EMILIO: ¿Ah, si? A ver… contame. Te escucho con suma atención, pibe.

CIRILO: “No hay ningún país como Argentina en que los artistas y los poetas se alejen mas del espíritu de su tierra. Hay cientos que viven con Verlaine, con Baudelaire o con D’Annunzio, con los decadentes y sueñan, desde sus estancias, con chez Maxim. Por cada pintor que pinte el Paraná hay veinte que pintan el Sena y a las aguas vivas de sus ríos las destiñen con aguas muertas y por cada autor dramático que arranque la vida de su pueblo, cincuenta los arrancan de otros dramas, enfriando el fuego de la tierra”. (Emilio está anonadado escuchando) Esto, no lo he dicho yo, doctor, lo ha dicho el pintor Rusiñol. Y Jules Huret dice “ Si los invitan a cenar se encontrarán con que el cocinero de la casa es italiano, el chofer de París, el lacayo, alemán, el pinche, austríaco; inglesa la primera camarera y vasca española, la segunda. Los hijos de los anfitriones estudian en Cambridge o en Heildelberg y su hija, prometida de un norteamericano, oye extasiada las galanterías, en inglés, de su adorador”. Así nos ven, doctor. Y yo no quiero que nos vean así, ni quiero un país que puede alimentar a millones con gente pasando hambre. Por eso soy socialista, por eso votaré a Del Valle Iberlucea.

EMILIO: ¡Mierda, pibe, me has dejado estupefacto! No tenía la menor idea de que sabías leer y, además, que poseías tamaña erudición. Te felicito de verdad. Pero dejame decirte que estás equivocado.

CIRILO: Es su derecho pensar de otra manera.

EMILIO: El mal de este país es la extensión. Es demasiado grande, Ferracuti, habría que hacer hecho lo que propuso Sarmiento, por ejemplo, y darle la Patagonia a los chilenos, pero bueno, eso no importa. Lo que quiero decir es que en tanta extensión hay poca gente, y está bien que así sea. Se equivocaba Alberdi cuando decía que gobernar era poblar. No, señor. Todo lo contrario. Tenemos que ser pocos, los necesarios, para poder usufructuar la mar de riquezas que producimos y poder llenar con nuestros granos y nuestras carnes al mundo. Eso es riqueza. Riqueza que podemos compartir con todos, mientras no seamos muchos, y- a esto voy- decidamos nosotros qué y cómo lo hacemos.

CIRILO: Doctor, la riqueza se queda siempre en las mismas manos. Los pobres somos cada vez más, no es justo.

EMILIO: ¡Vos no te podés incluir dentro de los pobres, pibe! Tenés techo, comida, y unos cuántos morlacos para gastar por mes. Fijate que podés darte el lujo de leer lo que se te plazca y encima tenés una hermosa mujer. ¿De qué te quejás?

CIRILO: Yo no soy dueño de Argentina, es mi compañera, doctor. Y si, puedo quejarme, porque vivo, vivimos para su servicio. Porque yo, como tantos, dependemos de sus migajas cuando, sin todos nosotros, sus propiedades, su fortuna, su ocio mismo, serían imposibles de mantener.

EMILIO: ¡Ah, caramba! Mas que un socialista, parecés un comunero parisino. ¡No te olvidés de cómo terminaron!

CIRILO: Es que no importa cómo terminaron, sino lo que nos enseñaron, doctor. ¿No cree usted que las cosas son de aquel que trabaja en ella?

EMILIO: ¿Vos no te habrás tomado un vinito o dos antes de venir?

CIRILO: No, doctor. Le digo lo que pienso.

EMILIO: La propiedad es un derecho inalienable, Ferracuti, ¿qué querés, que repartamos todo en partes iguales? ¿Qué todos seamos pobres como vos?

CIRILO: Entonces sí soy pobre, lo reconoce.

EMILIO: No te hagás el vivo, pibe. Lo digo en otro sentido. Siempre va a haber clases. Y siempre, pero siempre, va a haber pobres. Así lo ha dispuesto dios, ¿no te das cuenta que sin pobres no existiría el reino de los cielos? Pero, cierto, vos como socialista encima debés ser ateo. Vos pensá, pensá por un segundo. ¿Cómo puede elegir a un presidente, a un senador, a un diputado, un tipo que no sabe leer y escribir? ¿Por qué causa un analfabeto, un animal casi, tiene el mismo poder que yo, abogado, culto, conocedor del mundo?

CIRILO: Un hombre, un voto. Usted lo dijo. Además es de las pocas posibilidades que tenemos de ser iguales ante algo, ¿no cree?

EMILIO: No, señor. Es una aberración. Además, los pobres no eligen a gente bien, decente. Ancestralmente prefieren a los caciques. Pensá en las hordas de los federales. Los caudillos eran caciques, pibe. En el fondo nunca dejaron de ser indios de una tribu. Imaginate dónde estaríamos si hubiésemos quedado atados a esas costumbres. Roca, Avellaneda, Mitre mismo, Pellegrini, nos dieron un país, un sentido, una organización. Pero claro, Sáenz Peña viene del federalismo, siempre por algún lado les salta lo salvaje. Esta mierda del voto universal nos va a hundir.

CIRILO: Doctor, usted se olvida que democracia es el poder del pueblo, y a eso vamos. Usted será muy abogado, pero come, vive y se va a morir igual que el más ignorante y pobre de los peones de cualquiera de sus estancias. Y lo que hay que lograr es que ese hombre sea menos pobre y menos ignorante cada vez…

EMILIO: ¡Y hacernos pobres a nosotros! ¿Cuál es la gracia..?

CIRILO: ¡Nadie quiere hacerlos pobres a ustedes! ¡Solo hay que repartir mejor lo que esta inmensa tierra tiene y produce! ¡Y dejar de ser colonia de Inglaterra, doctor!

EMILIO: ¡Epa, pibe! ¿No te parece que te estás excediendo de tus posibilidades? Si charlo con vos es porque les tengo afecto, a vos y a tu mujer, pero no te vayas de madre. ¿Está claro?

CIRILO: Está bien, doctor. Disculpe. (Pausa) ¿Puedo irme, entonces?

EMILIO: No.

CIRILO: Usted no puede impedirme que salga a votar, doctor.

EMILIO: ¿Ah, no?

CIRILO: No, doctor, la ley 8871…

EMILIO: ¡Me importa un carajo la ley, el voto, Sáenz Peña, Indalecio Gómez y la puta madre que lo parió! Si yo digo que no salís, no salís. ¿Me entendiste?

CIRILO: Soy su empleado, no su esclavo. Usted es el patrón, no mi dueño.

EMILIO: ¿Dueño, patrón? Si que soy tu dueño. ¿Sabés qué te pasa, tirifilo? ¡Que estás confundiendo gordura con hinchazón! Ni país, ni república, ni constitución de mierda. Somos el sexto dominio británico, somos un estado con independencia nominal, pero semicolonia de un verdadero país industrial como es Inglaterra. No me vengan, ni vos, ni nadie con las zonceras de los votos, y la igualdad, y la mar en coche. Soy tu dueño, y hago lo que quiero, si digo que nos vas a votar, no vas a votar. Si te digo que votás por Mengano, vas corriendo y votás por Mengano. Tu vida me pertenece, el aire que respirás es mío, la cama en que dormís, los sueños que tenés, todo me pertenece. Tu mujer es mía si yo quiero… Vos y todos los que son como vos con sus cuentitos de la igualdad, ¡pero qué mierda te has creído!

CIRILO: No me creo más que lo que soy. Cosa que sí le pasa a usted. ¡Usted no es más que un pobre tipo! Alguien que tiene cosas por las que no trabajó, un heredero, un bacán a la veleta que vive de los laburantes. ¡Por todos los de su clase este país está como está!

EMILIO: Maravilloso, pujante, fantástico.

CIRILO: Deje de decir pavadas. Usted no es dueño de nada. Nada le pertenece, solo tiene la ilusión de la posesión. Para eso vive, para alimentarla. Cree que tiene poder sobre algo, cree que tiene poder sobre mi y que puede decirme qué hacer. ¡Pero se equivoca! ¡Ni usted ni nadie puede impedirme que yo vaya y vote! ¿Entendió? Nadie.

EMILIO: Vos cruzás esa puerta y te juro que no solo te quedás sin este trabajo, me voy a ocupar de que nadie, pero nadie, en esta ciudad te permita trabajar. ¡Ya te quiero ver mendigando! ¡Dale, animate!

CIRILO (Amenazante) Puede ser, puede ser que me quede sin este trabajo y que nadie me quiera emplear. Para eso son muy prestos y solícitos los de su calaña. Pero ¿quién habrá de impedirme de que aquí y ahora le de una paliza? ¿Va a llamar a sus amigotes de clase?

EMILIO: (Asustado, retrocede) Salvaje, como todos los de tu ralea. Lo único que entienden es la violencia… No importa que sepas leer, no sos más que un indio salvaje, una bestia.

CIRILO: Claro, porque sus amenazas no son violencia.

EMILIO: Claro que no, es solo el ejercicio de mis derechos.

CIRILO: Bueno, yo voy a ejercer el mío de cagarte bien a trompadas. (Lo toma del cuello, mientras Emilio se protege con sus manos, aterrorizado. Ingresa Argentina, al ver la escena suelta lo que lleva en sus manos y los separa. Empuja a Cirilo, increpándolo)

ARGENTINA: ¿Qué hacés, animal, te volviste loco? ¿Patrón, está bien? ¿Se encuentra bien?

EMILIO: Si, si… estoy bien.

ARGENTINA: ¿Qué tenés en el mate, vos? Eso te pasa por andar leyendo. ¡Se te llena la cabeza de pavadas! ¿Qué hacés, mordés la mano que te da de comer, ahora? ¿Qué pasó?

CIRILO: Nada.

ARGENTINA: ¿Cómo qué nada? ¿Entonces qué hacías?

CIRILO: Pretende negarme el permiso para que salga para votar.

ARGENTINA: ¿No te dije que no le dijeras que era para eso?

CIRILO: No veo porque tengo que mentir. No está bien, no es justo.

ARGENTINA: Sos un gil, Cirilo. ¿Está bien, patrón?

EMILIO: Si, Argentina, gracias.

CIRILO: Yo me voy.

ARGENTINA: Vos no te vas a ningún lado. ¡Si el patrón no te da permiso, de acá no te movés!

CIRILO: Te dije que me voy. Además, nos acaba de echar el tipo este.

ARGENTINA: ¿Qué? ¡Te mato!

EMILIO: A vos no, Argentina, a él. A vos no te eché.

ARGENTINA: Pedile disculpas al patrón.

CIRILO: ¿Estás loca?

ARGENTINA: Pedile disculpas al patrón, no seas cabezón.

CIRILO: ¿Para qué? ¿Por qué me tengo que rebajar así?

ARGENTINA: Haceme caso.

EMILIO: (Recompuesto) Mirá, Ferracuti. Vos me conocés, yo soy un tipo moderno. No te voy a hacer ninguna historia más allá de lo normal por lo que pasó. Lo arreglamos con un descuento de tu sueldo, en todo caso, porque – como te darás cuenta- estas cosas no pueden quedar impunes. Tiene razón tu mujer, pedime perdón y hacemos de cuenta que no llegamos tan lejos. Es una discusión nada más. Vos sos un tipo laburador, a cualquiera le puede pasar que se le suba la sangre a la cabeza. Pedime perdón y acá no ha pasado nada.

CIRILO: Que le pida perdón…

ARGENTINA: Dale, dejate de hacerte el importante y pedile perdón. (Emilio le extiende la mano. Cirilo la mira. Argentina hace fuerza sobre el brazo de Cirilo para qué se la estreche)

CIRILO: Pedirle perdón… Ni en pedo. ¿Me oyó, doctor? Ni en pedo… Uno será pobre, pero la dignidad no la tiene vendida.

ARGENTINA: ¡Yo te mato!

EMILIO: ¿Así que preferís la calle, la pobreza antes que pedirme perdón? Está bien, muy digno, por cierto. Pero bien que te cagarás de hambre con toda tu dignidad. ¡Y todo por un voto! ¡Qué importante! ¡Cómo te lo va agradecer Del Valle Iberlucea! ¡Qué contento se va a poner Roque Sáenz Peña! ¿Sabés qué? ¡Ni saben que existís! Bueno… todo bien… aire, aire… Andate a ser demócrata por otros sitios…

ARGENTINA: ¿Y ahora qué hago, qué hacemos? ¿Te das cuenta que nos dejás en la calle, bestia?

EMILIO: Vos no, Argentina, a vos no te eché. ¡Vos quedate conmigo! ¡Argentina es para mi solito! (Se da cuenta de su error) Es decir, no tenés porque seguirlo a este…

CIRILO: ¿Cómo dijo?

EMILIO: Eso, eso, que no podés condenar a esta pobre mujer a la miseria, a la intemperie…

CIRILO (A Argentina) ¿Qué quiso decir? Explicámelo, porque lo que entiendo no me gusta. (Argentina ha quedado sin respuestas. Al borde de las lágrimas) Veo que sobro en este lugar. Me voy.

ARGENTINA: ¡No te vayas, Cirilo! ¡Esperame!

CIRILO: ¿Estás segura?

EMILIO: Quedate, Argentina. No te vayas. ¿Ves, pibe? Ella elige tambien. ¡Qué cosa no! Ahora que lo pienso, sería lo único que nos faltaría. ¡Qué también voten las mujeres! Magnífico. ¡Y mejor aún! ¡Qué puedan ser elegidas! Faltaría más. Imagínense. Una mujer presidenta de la Nación. Debería escribir algo sobre eso. Una comedia. Sería una obra brillante, estoy seguro.

CIRILO: Me voy, Argentina. Voy hasta la pieza a juntar mis cosas. Tomate tu tiempo. Sos vos la que decidís. No sé si entiendo, pero te quiero.

EMILIO: Dejala, pibe, no la quieras condenar a una vida de miseria. No hay amor que de para tanto.

CIRILO: Chau, Argentina. Te espero en la puerta unos minutos. Si venís, veremos cómo seguimos, para dónde vamos, qué hacemos. Tenemos la vida por delante. Si no venís, que seas feliz (Se va. Argentina queda estática, indecisa. Emilio ve salir a Cirilo y ríe. Se siente vencedor. Argentina queda a sus espaldas. Habla exultante)

EMILIO: Ay Sáenz Peña, Sáenz Peña. Mirá los líos que hacés por hacerte el popular. Voto universal, secreto, masculino y obligatorio. ¡Qué estupidez! ¡Voto calificado! ¡Gobierno de los mejores! Pobres tipos. Creer que con una simple ley cambiarán el orden de las cosas, pasarán muchos, pero muchos años para que entreguemos algo del poder que nos corresponde. Años, décadas, siglos. Así es el orden de las cosas, y así funcionan, ¿para qué cambiarlas? ¿Para que vengan caudillos populacheros a hacerle creer a la chusma que tiene poder de decisión? Pero, por favor. Que se anime ese Irigoyen a presentarse a una elección a ver cómo le va. Nosotros le decimos a la plebe a quién debe votar y ellos por respeto lo harán. Y si no lo hacen, será la hora de la espada. El pueblo no existe, es una entelequia, no son tiempos de cambios, no es hora de revoluciones. Aquí estamos y aquí nos quedaremos. Para siempre. (Mientras habla, Argentina ha comenzado a despojarse de todo el vestuario que la caracteriza como doméstica. Dudando todo el tiempo se va silenciosa y llorando, por donde se ha ido Cirilo. Emilio no se percata de su salida. Gira y se encuentra con el montoncito de ropa. Va hacia él y alza alguna prenda) ¿Argentina?... ¿Argentina, dónde estás? ¿Argentina? Vení para acá, Argentina. ¡Argentina, carajo, es una orden! ¿Dónde mierda te metiste? ¡Argentina, guacha de mierda, te ordeno que vengas conmigo! Argentina… no me dejes… no me dejes solo… (Se arrodilla ante la ropa. La toma delicadamente. La abraza. Comienza a sollozar sordamente) Argentina… Argentina… Sirvienta de mierda y la puta madre que te parió.

(APAGÓN FINAL)

1 comentario:

Anónimo dijo...

very good!

Datos personales

Nombre y apellido: Duilio Olmes Lanzoni Fecha de nacimiento: 3 de Julio de 1962 Bolívar pcia. de Buenos Aires Dirección: Alvear 325 Bolívar TE. (02314) 42-4095 // 15416051 // E-mail: duiliolanzoni@speedy.com.ar